Política y religión: Las candidatas y el Papa, ¿qué buscan Xóchitl y Claudia en el Vaticano?
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En México aproximadamente el 78 por ciento de la población es católica, el 7.9 es evangélica –de diferentes denominaciones– y el 6.7 por ciento no practica ninguna religión, según datos de Inegi en 2021. Esta referencia va por la visita que las candidatas a la Presidencia de la República, familiares y asesores hicieron al Vaticano en esta semana. La pregunta es ¿a que fueron?
Teniendo en cuenta que somos aproximadamente 130 millones de mexicanos, de los cuales cerca de 100 millones son católicos, tiene sentido la visita. Fueron –curiosamente en la misma semana– a buscar simpatía y empatía de los católicos que representa Francisco y que son parte de los 98 millones 194 mil 255 ciudadanos adscritos a la lista nominal del INE. ¿Cuántos de ellos son católicos? ¿Cuántos de ellos son practicantes? ¿Cuántos de quienes practican la fe católica se dejarán tocar por las insinuaciones de sus ministros para votar por tal o cual candidato o candidata? A eso fueron. Lo que no saben es que de los católicos se puede esperar –electoralmente– muy poco.
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En un estado laico, determinado así por la Constitución –laico significa, para fines prácticos, no priorizar ninguna religión sobre otra, es decir, un estado donde se afirma la diversidad–, en una Iglesia donde dramáticamente el número de fieles ha ido bajando con relación a los últimos veinte años y donde la influencia que tenían obispos y sacerdotes no es la misma, ¿valdría la pena la visita?
Está claro, hasta antes del 1 de marzo las candidatas y el candidato no están en posición de realizar campañas formales, por eso aluden a quienes representan cotos poblacionales importantes, como en este caso la Iglesia Católica. Ya lo hicieron en Estados Unidos, donde hay una comunidad de mexicanos de un poco más de 30 millones de compatriotas, ya lo hicieron con el empresariado mexicano que tiene un público cautivo de 61 millones de personas en las empresas mexicanas y ya lo han hecho con otras iglesias. Ahí está el punto. La empatía, la simpatía, la aproximación que representa el Pontífice.
Porque, insisto, operativamente ¿qué puede hacer el papa Francisco? ¿Qué pueden hacer los obispos mexicanos? ¿Qué puede hacer Estados Unidos? ¿Qué puede hacer el empresariado mexicano para poder llevar votos a tal o cual candidata o candidato? Vea las encuestas de confianza en México –la que quiera– y se dará cuenta de que los empresarios y la iglesia no son los más favorecidos por la opinión y la simpatía de quienes son encuestados en nuestro país.
Entonces, ¿qué buscaban las candidatas en el Vaticano? ¿La ilusión de lo que sigue significando la religión o lo que los asesores y candidatas suponen o infieren que significa la religión en el ideario existencial del mexicano convencional? Le pido de entrada que no olvide el papel que han jugado las iglesias en la llegada de muchos gobiernos en América Latina, pero aquí tendríamos que remitirnos sólo a las iglesias evangélicas. Y, por otro lado, le recuerdo que al Papa, como jefe del Estado Vaticano y pastor de la Iglesia Católica, no le quedaba otra que recibirlas –como a Javier Milei, ahora presidente de Argentina, que lo trató como “representante del maligno”.
Por supuesto, la figura del Papa –quien sea– sigue siendo monumental en México. Pero una cosa es la figura papal y otra la iglesia que representa. Nos metemos a los terrenos de la religión vs. religiosidad popular o, si usted quiere, la figura mediática, naturalmente, contra la figura que es capaz de incidir en la voluntad de muchos para hacer posible la justicia, la paz, el amor y la verdad. Romanticismo puro. Ahí la cuestión.
Porque, objetivamente, ¿de qué otra forma puede incidir el Papa en las preferencias del electorado mexicano con relación a las dos candidatas? Aquí no se pone en discusión el poder que tienen las religiones. Si ellas y sus asesores consideran que por fotografiarse y pedir la bendición del Papa obtendrán el triunfo, allá ellas. Particularmente no lo creo así. Tanto que sólo una de las dos logrará sus propósitos.
Por supuesto, la asociación de ideas que representa la visita y, por consecuencia, las fotos con el Pontífice son muy lejanas a lo complicado que para muchos mexicanos es mantenerse firmes a una ideología. Porque históricamente la izquierda mexicana ha sido, al menos en el discurso, más cercana a la Iglesia que la derecha, donde el discurso de la dignidad humana, de la justicia social o de los programas sociales en la práctica ha sido constante. Hablo del discurso. Usted podrá juzgar entre el discurso y la realidad. Y la derecha ha estado ahí, siempre constante y permanente a lo que dicen los obispos –el episcopado mexicano– pero sólo ahí.
En la realidad, entre el discurso y la práctica hay una distancia inmensa, donde los niveles de pobreza y desigualdad son los mismos que desde hace 100 años. Ni modo que no. Le recuerdo que la Presidencia de la República, el Congreso de la Unión, el Senado, las gubernaturas y alcaldías están ocupados por muchos católicos. En ese sentido, si buscaban condicionar las preferencias en las urnas con esa visita al Papa, pudiera ser, y aunque unos cuantos votos son unos cuantos votos, algo es algo, pero considero que nada determinante porque el voto del mexicano, en materia ideológica, se enmarca en la complejidad.
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Nos quedan 13 días antes de que comiencen las campañas formales, ¿ahora qué sorpresa nos tendrán? ¿A quién irán a ver antes de que nos vengan a ver formalmente a los mexicanos? Aprovechando que andan “tan católicas”, sería bueno que en lo que resta de la precampaña se retiraran al Santo Desierto –en Tenancingo del Valle en el Estado de México– a preparar sus proyectos de nación y las propuestas que esperamos los mexicanos para revertir la violencia, la desigualdad y la pobreza que siguen a todo lo que dan, donde ni los norteamericanos, ni el Papa, meterán las manos por nosotros. Así las cosas.