México minado, una metáfora a la polarización política
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De pronto vienen a la mente preguntas algo extrañas o sin contexto aparente. Hace unos días esta: ¿Habrá un artefacto de guerra más nocivo y barato que las minas antipersonales? De acuerdo con el diccionario del Instituto de Estudios sobre Desarrollo y Cooperación Internacional de la Universidad del País Vasco (HEGOA), las minas antipersonales son “artefactos explosivos que se entierran en el suelo o se camuflan, y que cuentan con una espoleta que se activa al ser pisados o golpeados. Sus principales víctimas son civiles, ocasionando graves daños humanos y económicos tanto en conflictos como durante un largo periodo después de ellos”.
Y agrega el HEGOA: “Algunas fuentes hablan de unos 110 millones de minas plantadas en 64 países, algunos de los cuales, como Camboya y Afganistán, cuentan cada uno con millones de ellas. A esto habría que añadir la existencia de unos 250 millones de minas almacenadas, y dado que pueden mantenerse activas varias décadas, las minas constituyen una de las secuelas del conflicto más perniciosas y duraderas: ponen en riesgo la seguridad física de la población, frenan el desarrollo económico y obstaculizan que la sociedad reemprenda una vida normal y en paz (Davies, 1994). Su explosión causa en la comunidad un goteo constante de muertos (unos 10 mil al año), heridos y lisiados”. Y añade que “el mayor riesgo de accidentes lo suelen tener los niños y los retornados. Éstos, en su retorno a casa, con frecuencia deben transitar por caminos o áreas militares minadas. Además, las zonas a las que retornan frecuentemente están minadas (no en vano las zonas más azotadas por la guerra son las que registran un mayor éxodo poblacional), pero ellos pueden desconocer la ubicación exacta de las áreas donde se han instalado”.
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La Cruz Roja Internacional estima que “entre 2 y 5 millones más de minas son sembradas cada año. Sembradas como semillas mortales que matarán y mutilarán a unas mil a 2 mil personas por mes, la mayor parte civiles”. El Tratado de Ottawa prohíbe el uso y el almacenamiento de minas antipersonales y tiene sus orígenes en 1996 (entró en vigor en 2009). Es uno de los tratados multinacionales con mayor número de países firmantes (más del 80 por ciento de los países del mundo), sin embargo, dato curioso, hay 32 países que no lo han firmado, entre ellos: Estados Unidos, China, Rusia, India, Irán, Pakistán, Cuba, las dos Coreas e Israel.
México firmó el tratado en 1997, pero no puedo dejar de pensar en la metáfora de las minas como artefacto bélico y violento y la forma en que ideas polarizadas (y polarizantes) se siguen sembrando en las mentes de los mexicanos de todas las edades, estratos y niveles socioeconómicos, así como en instituciones públicas y privadas que son fundamentales para la vida democrática y el desarrollo del país. Que yo sepa, en nuestro país no hay sembradas minas como las que le preocupan a la ONU o a la Cruz Roja. Lo que sí tenemos son ideas, dogmas, verdades a medias y mentiras completas que se han venido sembrando cada vez con más intensidad a lo largo y ancho de la vida cotidiana. Para esas no hay tratado alguno; no hemos firmado nada, ni siquiera para con nosotros mismos. Muchas de ellas no explotan inmediatamente y acabarán olvidadas por días, meses o años hasta que, entonces sí, detonen cuando alguien cometa el error de toparse con ellas.
El discurso desde y hacia el poder (de dos vías) se ha venido pudriendo por 20 años. Tal vez el origen sea aquel desafuero, aquel plantón en Reforma, la tristemente famosa frase del “peligro para México” o, tal vez más probable, el hecho de que teníamos un país al que se le olvidó subir al tren a más de la mitad de la población. Un país con dos (o más) realidades que debieron ser obvias, pero que muchos decidimos no verlas, ni oírlas, ni sentirlas (al estilo Salinas). Un país dividido no sólo en norte, sur y capital, sino con sus propias divisiones, aun entre los que estaban en el norte o quienes vivían en la periferia (afuera de la vitrina) de la capital. La desigualdad, la inequidad, la pobreza de más de 60 millones de ciudadanos que se cultivó a la sombra de décadas de corrupción de unos, y de dos sexenios de omisión y colusión de otros, abrió la puerta a un golpe de timón, a una elección que, como bien dicen nuestros vecinos del norte (a raíz de una declaración de Obama), tuvo sus consecuencias (elections have consequences).
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Y nosotros, los mexicanos, en lugar de tratar de entender por qué y cómo llegamos hasta donde estamos hoy, preferimos ignorar las causas y circunstancias para apostar todo por una radicalización de posturas, análisis, diagnósticos e ideas extremas que no hacen más que ampliar la brecha entre unos y otros. Así, tenemos a una “izquierda” (que es gobierno) y a una “¿?” que es “oposición” enfrascadas en una lucha de exageraciones y sinsentidos, donde no parecen ser capaces de mostrar ni un área o punto de moderación en el que coincidan, siguen sembrando minas. Así, unos y otros, en esta especie de “guerra civil” (por el presupuesto), siembran minas en la vida de México. Muchas de ellas les explotarán a nuestros hijos y nietos, y seguirán postergando el tan necesario y urgente desarrollo de un México mejor y más justo para muchos más. ¿Quién, de los que suenan, podrá desactivarlas o dejar de sembrarlas?