Mirador 04/04/2024
Algunas noches se aparece en la casona de Ábrego el fantasma de don Luis de la Peña y Valadés.
Fue en tiempos de su juventud hombre muy guapo. Alto, fornido, bien plantado, tenía cabellos rubios y ojos claros. Su bigote y su barba, que a la vista se mostraban suaves y sedosos, ponían anhelos secretos en las damas, lo mismo en las solteras que en las que ya tenían marido.
Un día, en flor de edad, don Luis sorprendió a todos con el anuncio de que iba a renunciar a la vida del mundo. Ingresaría en un convento de Guadalajara, y ahí se entregaría a la oración. Declaró con una sonrisa: “Mi alma es más importante que mi barba y mi bigote”.
Jamás volvió al Potrero. Por largos años no se supo nada de él. Luego llegó la noticia de que había muerto en el año 18, cuando la influenza española. Después fue olvidado. Quiero decir que murió definitivamente.
Una noche doña María de Peña vio el fantasma de don Luis vagando en hábitos monjiles, como desconcertado, por los aposentos de la casa. Contó doña María que a su paso el espectro iba diciendo:
-Nada... Nada...
¡Hasta mañana!...