Mirador 05/12/2023
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Llega el viajero a Brujas −que con brujas no tiene ninguna relación− y le salen al paso antiguas lecturas de Ganivet y Rodenbach. Por ellas siente al estar ahí un asomo de tristeza, pese a la algarabía de los turistas y al alegre sonar de los cascos de los caballos sobre las calles empedradas.
En los canales de la antigua ciudad pasean los cisnes su elegante gracia. El viajero no sabe por qué las silenciosas aves –cantan sólo cuando van a morir, afirma la leyenda– aumentan su melancolía.
Brujas sufre nostalgias del mar, que se ha alejado de ella. En un remoto ayer las olas acariciaban sus murallas, pero la orgullosa ciudad, reina de Flandes, desdeñó esas caricias, y las aguas se fueron para no volver. Quizá ese desamor es lo que siente el viajero cuando cruza los puentes de esta Venecia nórdica.
No volverá jamás el peregrino a Brujas, bien lo sabe. Su vaga pena, sin embargo, irá con él por siempre. Hay tristezas que jamás se van.
¡Hasta mañana!...