Mirador 08/03/2025

Opinión
/ 8 marzo 2025

“Yo soy una bella joven que habita en la soledad. Abandoné a mi marido por vivir en libertad. Señor: ¿por casualidad conoce usté a mi marido?’. ‘Señora, no sé quién es. Deme una seña y le digo’. ‘Mi marido es alto y rubio. Mal parecido no es. En el puño de la mano lleva un letrero en francés’. ‘Por las señas que me da, su marido muerto ha sido. En la batalla de Puebla quedó en el campo tendido’. La viuda se contentaba. Sacó el vestido café. Se miraba en los espejos: ‘¡Qué buena viuda quedé!’. ‘Señora, si usted quisiera nos casaríamos los dos, con la voluntad mía y suya y la voluntad de Dios’. ‘Señor, yo se lo agradezco, pero eso no puede ser, porque yo tengo un amante, y ya he sido su mujer’. El otro sacó la espada y el pecho le atravesó. ‘Traidora, yo soy tu esposo, que de la guerra volvió’. Cuando la joven moría el puño le alcanzó a ver, y un letrero que decía: ‘El amor debe ser fiel’. Ya con ésta me despido, con la rosa de un rosal. Se murió la palomita; la mató el águila real”.

En noche de bohemia en la casa de Alfonso Gómez Lara, amigo inolvidable, canté acompañándome con la guitarra ese corrido que desde hace más de un siglo se entona en el Potrero de Ábrego. “¡Qué canción tan sexista!”, desaprobó una voz femenina. Era la de Nancy Cárdenas, poeta, dramaturga, directora teatral coahuilense y pionera en la defensa de la diversidad sexual. Hoy la recuerdo a modo de homenaje.

¡Hasta mañana!...

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