Mirador 15/05/2023
Aquel hombre abrigaba una fe inmensa. Cierto día perdió pisada y se precipitó desde lo alto de un edificio. En su caída alcanzó a gritar:
-¡Dios mío, haz un milagro! ¡Sálvame!
Allá en el Cielo el Señor hizo un movimiento con su mano y la ley de la gravedad se interrumpió. El hombre quedó suspenso en el vacío. Su vida estaba a salvo. Pero en el mismo instante comenzaron a suceder cosas terribles. Como se había interrumpido la gravitación todas las cosas del mundo se precipitaron en el vacío. El mar volcó sus aguas, los grandes ríos salieron de su cauce, las montañas se desgajaron, millones de hombres cayeron en la insondable vastedad del Universo...
Este pequeño cuento tiene una moraleja: el milagro mayor, el que más debemos agradecer, es el milagro de que no haya milagros.
¡Hasta mañana!...
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