MIRADOR 15/09/2021

Opinión
/ 15 septiembre 2021

El agua corre por la acequia que pasa al pie de mi ventana en la casona del Potrero de Ábrego.

Es media noche. El mundo está dormido. Yo no. Yo estoy despierto en medio de la sombra. No veo nada, y nada me ve a mí. Todo ha callado. Sólo escucho aquí cerca el murmullo del agua, y allá lejos el insomne ladrido de un perro que se ladra a sí mismo.

No llega el sueño. ¿Será que habré cerrado con pestillo la puerta de la habitación y no pudo entrar? Si contara hasta 100, según mi abuelo me recomendaba, quizá podría dormir. Pero cuento hasta mí y no duermo. El sueño se ha ido, y los sueños ya no viven aquí.

El agua me arrullaría, pero tiene trabajo. Le han encargado regar la huerta que bauticé con el nombre de mi esposa: María de la Luz, y aún le falta un buen trecho para llegar al huerto. ¿Cómo va a gastar tiempo en arrullar a un hombre que ni siquiera sabe ya dormir? Si al menos se tratara de un niño, o de una muchacha que todavía no ha aprendido a soñar despierta...

El agua corre por la acequia y se va.

La vida corre por mí, y copia al agua.

¡Hasta mañana!...

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