Mirador 17/08/2023

Opinión
/ 17 agosto 2023

Atlaquetzalli. Agua preciosa.

Tal era otro nombre que los antiguos mexicanos daban al chocolate.

Lo perfumaban con vainilla, acuyo o polvos obtenidos de pétalos de flores.

Los europeos gustaron grandemente de la aromática bebida. En la época de la mal llamada Colonia, en la Nueva España, hay constancia de una rebelión en un convento de monjas que destituyeron a la superiora porque les impuso como penitencia no tomar chocolate por algunos días.

Hay una linda copla de la época virreinal referida al atlaquetzalli: “Católico chocolate, / que de rodillas se muele, / juntas las manos se bate, / y viendo al cielo se bebe”.

“Curas chocolateros”, se decía de los de buen vivir.

No me lo creerán ustedes, pero a finales del siglo antepasado, y principios del pasado, se usaba en mi ciudad, Saltillo, que después de comulgar los fieles en la misa entraran al templo criados y criadas de las damas y los caballeros a llevarles un pocillo de chocolate, pues obligaba el ayuno eucarístico y tenían hambre. Lo bebían –igual hacía el sacerdote– y luego continuaba el oficio hasta el Ite, missa est.

Y ahora me disculpan.

Voy a tomar mi chocolate.

¡Hasta mañana!...

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