Mirador 29/05/2024

Opinión
/ 29 mayo 2024

En nombre del arte se cometen mayúsculas majaderías que sólo puede calificar de tales alguien alejado de los cenáculos de la cultura.

En museos y galerías he visto algunas de esas cosas que llaman performances e instalaciones, y a riesgo de ser tildado de paleto declaro que me han parecido soberanas necedades. Oí decir, no sé si en broma o en serio, del guardia de un museo que se suicidó colgándose de la viga de una de sus salas. Su cuerpo estuvo ahí hasta que empezó a oler mal, pues se pensó que el ahorcado formaba parte de las instalaciones de un “artista” que por esos días exhibía en ese recinto su obra.

Me entero ahora de un performance, o lo que sea, presentado en el Museo Tamayo por su directora, Magalí Arriola, acto en el cual su autora, de nombre Nina Beier, hace que varios perros, entrenados quién sabe por qué medios para tal efecto, permanezcan durante minutos tendidos cada uno sobre un rimero de tapetes persas en calidad de muertos o dormidos. A eso llaman arte, háganme ustedes el favor. Con justa razón protestaron los animalistas; con razón justa protestará quien sepa lo que el arte es. La libertad tiene límites, pero parece que en ese museo la prudencia y la razón no los tuvieron.

Por mi parte haré lo que el poeta de Jerez: asistiré con una sonrisa depravada a las ineptitudes de la inepta cultura.

¡Hasta mañana!...

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