Mirador 30/04/2024

Opinión
/ 30 abril 2024

En medio de la lobreguez de la caverna un hombre acertó a encender una pequeña candela.

Tan débil era su luz que ni siquiera alcanzaba a iluminar el sitio en que se hallaba aquel que la encendió.

Pero el hombre compartió su llama con quien estaba a su lado, que gracias a eso pudo encender su candela. Él, a su vez, pasó la flama a otro, que luego hizo lo mismo. Bien pronto estuvieron encendidas todas las velas, y su fulgente claridad disipó las tinieblas de la cueva e hizo que en la oscuridad brillara un intenso resplandor.

Cada uno de nosotros es una candela encendida por el Misterio que nos creó. Si guardamos avariciosamente la luz que nos fue dada, esa luz morirá con nosotros. Si la compartimos con nuestro prójimo se multiplicará y seguirá brillando después de que nos hayamos apagado.

Quien sólo vive para sí acaba por ser tan sólo un no. ¿Suena esto elemental, simplista? Quizá. Pero así suena siempre la verdad: clara y sencilla.

¡Hasta mañana!...

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