Mirador 6/06/2023
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Mi tío Felipe gustaba de conversar conmigo. Era la oveja negra de la familia, y yo tenía algunas pintitas que me hacían comprenderlo. Él hablaba y yo lo oía, motivo por el cual decía a todos que yo era un gran conversador. Cuando se tomaba cuatro o cinco copas de tequila, y yo dos o tres, su charla se hacía fluida e íntima. Una noche me dijo:
-Tienes el gran defecto de ser joven, sobrino. Ya se te quitará –ese defecto se nos quita a todos–, y entonces sabrás algunas de las cosas que yo sé. Una de esas enseñanzas es que hay mujeres malas. Yo me he topado con algunas que me habrían echado a perder la vida si no me hubiera apartado de ellas, como quien se aleja de una serpiente o un escorpión. Es fácil reconocerlas. Generalmente son estúpidas –la maldad es una forma de estupidez–, y siempre son frívolas, vanidosas y con necia ambición de lujos, comodidades y dinero. Si te encuentras a una mujer así, echa a correr igual que si te encontraras con un asesino.
Eso me dijo aquella noche el tío Felipe. Y añadió meditativamente:
-Lo malo de las copas es que te hacen recordar. Lo bueno de las copas es que te hacen recordar.
¡Hasta mañana!...