Montaña y silencio, una combinación asociada a la muerte (2)
La respuesta fue inmediata. Harta respuesta. El texto pasado encabezado de esta misma manera, mereció amplios comentarios y codas de su parte. Gracias de nuevo por leerme. Una montaña y el silencio reinante, gran combinación. Lo anterior basado cuando mi amigo Mr. RM me dijo lo anterior, como necesidad de su vida, para recuperarse 100 por ciento de una trepanación que le hicieron en días pasados los galenos, los cuales cobran como científicos. ¿No operarse? Podía haber consecuencias acaso funestas. Para fortuna de mi amigo, ya todo es cosa pretérita y está en franca recuperación.
¿Usted qué necesita para volver periódicamente a la vida? Es decir, de dónde abreva para sacar energías y seguir en esta vida ya imposible de disfrutarla, acaso sólo padecerla. Mi amigo así lo dijo, para recuperarse él ansía dos cosas: caminar en un monte, en una sierra, en una montaña y disfrutarla en silencio. Creo, como lo hacían grandes caminantes como Walt Whitman o Henry David Thoreau, por citar dos ejemplos emblemáticos.
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Y usted también recuerde que mi amigo, el fino Mr. RM, es vegetariano. En el tiempo que tengo de conocerle, acaso dos ocasiones lo he visto comer pescado. ¿Carne de pollo o res? Ni en sueños. Se alimenta de pastura. Cada vez que le digo que somos humanos, no rumiantes, éste suelta su mejor carcajada y me dispara: “Soy feliz como rumiante, maestro”. Le creo. Pero, usted lo sabe, lo que nos hizo avanzar como humanidad fue cuando nuestro cuerpo dejó de comer las hierbas y frutos salvajes del bosque (algo así como la dieta paleolítica) y empezamos a devorar animales bien asados. Sí, ya luego, al pensar, al meditar y tener ocio suficiente para reflexionar y filosofar, inventamos dioses y nos hicimos reyes: caníbales y reyes. Carnívoros y reyes. Esta teoría no es mía, es del sabio Marvin Harris en una trilogía de libros de alto calado intelectual.
Un lector en la Ciudad de México, el cual seguido me marca para comentar los textos aquí perfilados, me hace notar lo siguiente: “Maestro Cedillo, me gustó mucho su texto y su entrada en materia de montañas mágicas. Le faltaron dos a mi juicio, Masada, montaña bíblica injustamente menospreciada, y una montaña vieja como ésta, Machu Picchu, en el Perú. Ambas, igual de importantes por todo lo que las rodea. Gran texto y reciba mi abrazo...”.
¡Caramba! Sin duda. De hecho me faltan muchas montañas mágicas y cerros a granel. Sin ir más lejos, nuestro mítico y bello “Cerro del Pueblo”, aquí en el vecindario. Por estas fechas se celebran más de 110 años del redescubrimiento de la ciudad de Machu Picchu, ciudad inca construida en el pico de una montaña, rodeada de abismos. Y es que usted lo sabe, la etnología del nombre de la ciudad, Machu Picchu, es literalmente “ciudad vieja”. Fue “descubierta” por un norteamericano, un mílite de blasones y honor, historiador y explorador, Hiram Bingham. Y cosa o dato curioso, este militar formó parte del cuerpo del ejército gringo el cual persiguió a Francisco Villa, luego de que éste incursionó como villano (le dicen “invasión”, ja) en Columbus, Nuevo México.
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Otra historia apasionante, sin duda, es la de la montaña y fortaleza de Masada, tema bíblico porque aquí vivió y la edificó Herodes “El grande”. Es una de varias montañas bíblicas del desierto de Judea. Herodes (73-4 A.C.) la mandó a construir y es literal su nombre y para lo que servía: una fortaleza. Para desgracia de todos ha quedado en el olvido de la historia porque, usted lo sabe, sobre los hombros de Herodes cunde la leyenda de que este mandó a matar a todos los niños −la matanza de inocentes− con el fin de que Jesús, Rey de los Judíos, no le arrebatara el trono en su momento. Lo anterior usted lo puede leer en el evangelio de Mateo (2:15 en adelante). Y cosa curiosa, como siempre sucede con la Biblia, es el único evangelio que nombra lo anterior, dicho episodio.
ESQUINA-BAJAN
El Monte, el cerro. Edificamos nuestra vida en torno a la posición más alta. La mayor. Los vecinos regiomontanos, es decir, nosotros mismos cuando fuimos a fundar dicha villa, dicho Reino de León, hoy emporio capitalista por antonomasia, fundamos esa ciudad bajo el amparo del Monte más grande, el mayor, el Rey: Monterrey.
Nosotros, saltillenses de prosapia y linaje, tenemos nuestro propio Monte, el emblemático Cerro del Pueblo. ¿De quién es? De todos. Todos tenemos aquí un grano de arena o grava la cual nos pertenece. Es tan democrático lo anterior, por lo cual es el Cerro del Pueblo. Seguido lo admiro. Hace años no lo ando, no lo camino. Pero seguido, muy seguido me abandono a contemplarlo desde los andadores de la bella Alameda Zaragoza. Sí, en pleno centro neurálgico de la capital.
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Dice el catedrático de la Universidad Complutense, Rafael Navarro, de un viejo tronco europeo, el cual a la vez nosotros arrastramos. Es nuestra historia. Hundimos nuestras raíces y semillas en tres colinas, tres montes, tres cerros terrenos y simbólicos: la colina de la Acrópolis; la colina, el cerro del Capitolio y el monte de la pasión, el monte Calavera, el Calvario... el Gólgota, donde el hombre más importante de todos los tiempos, Jesucristo, exhaló e hirió al silencio con sus últimas palabras, las cuales rasguñan el alma, aquel reclamo a Dios por haberlo abandonado. ¡Ah!
LETRAS MINÚSCULAS
Sí, mucho por explorar y aún andamos por los terrenos planos de esta inconmensurable montaña llamada vida.