Mozart, el procrastinador

Opinión
/ 23 abril 2025

Fue una montaña de cosas que tenía la intención de hacer

Mañana.

Edgar Albert Guest

Si la procrastinación tuviese un santo patrono muy posiblemente éste sería W. A. Mozart (1756-1791). (Del latín procrastināre: posponer, postergar).

Aunque se dice que también lo fue el popular escritor Víctor Hugo, de quien se afirmaba poseía talento natural para incumplir los plazos pactados. A Hugo se atribuye la frase “Me encantan los plazos. Me encanta el silbido que hacen al pasar”. Aunque otras fuentes atribuyen la frase al también escritor Douglas Adams, procrastinador de grandes ligas. Neil Gaiman en su artículo de 2004: “Don’t Panic: Douglas Adams and the Hitchhiker’s Guide to the Galaxy”, informó que los editores de Adams tuvieron que encerrarlo durante tres semanas en una suite de hotel para que escribiera el libro Hasta la vista y gracias por todo el pescado. No obstante, puede que se trate de una fantasía la de atribuir la frase de uno al otro.

Fantasía o no, recordemos la existencia de un fantástico personaje procrastinador: Hamlet, hijo del fantasma del rey Hamlet. Entre que se entera del asesinato de su padre a manos de Claudio, en el primer acto y que llega la venganza, en el quinto acto, la obra es un drama procrastesiano lleno de dudas, locuras, enanos y diálogos con la muerte.

Volvamos a Mozart.

La Sonata para violín No. 32 en si bemol mayor, K. 454, de Mozart fue escrita para tocarla a dúo con la violinista y compositora italiana Regina Strinasacchi (1764-1839), de quien se afirma Mozart quedó musicalmente prendado. La noche que la conoció, en el curso de un recital ofrecido por la joven de apenas 20 años, Mozart le ofreció componer una obra para los dos. En realidad, compuso una y media: la Sonata para violín y piano, en sol mayor, K 379 y la parte del violín de la sonata 32. Muy seguramente Mozart sabía nota por nota la parte de piano, pero ni una de ellas estaba en el papel. La noche del estreno —29 de abril de 1784—, (241 años el próximo martes), Mozart colocó sobre el atril una hoja en blanco, y ejecutó su parte con brillantez y nadie lo notó. Bueno, casi nadie, pues desde el palco real el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, José II advirtió la farsa valiéndose de sus prismáticos. En su momento ordenó que Mozart mostrara la partitura, por lo que el procrastinador confesó la verdad.

Caso semejante, e igualmente conocido, ocurrió con la obertura de su ópera Don Giovanni, K 527. El domingo 28 de octubre de 1787 Mozart trabajaba el aria Bella mia fiamma, addio K 528, para la soprano Josepha Duschek, esposa el compositor checo František Xaver Duschek (1731-1799). Tras el trabajo se reunieron otros amigos del matrimonio, a departir, reír, comer y beber. Las horas y le vino corrió sin que Mozart mostrara prisa por escribir la obertura de su ópera, que se estrenaría al día siguiente. Al caer la noche Mozart marchó a casa donde lo recibió Constanze, su esposa, quien a punta de café lo mantuvo despierto hasta concluir. Al amanecer.

La sinfonía No. 35, en re mayor, K. 385, llamada Haffner, escrita en 1782, debe su nombre a cierto compromiso social contraído por Lepold Mozart a nombre de su hijo.

El rico comerciante de Salzburgo, Sigmund Haffner, consiguió elevar a su hijo a la calidad de noble en la corte de José II. Para celebrarlo pidió a Leopold interviniera ante Amadeus, para escribir una obra digna de la elevación. Mozart dio largas al asunto alegando su próxima boda y la mudanza consecuente. A Leopold la procrastinación de su hijo le pareció de mal gusto, sobre todo porque Sigmund había sido amigo de Amadeus en la infancia, por lo que insistió inúmeras veces. Entre esto y lo otro Mozart fue pergeñando la obra solicitada, la sinfonía No. 35, y al final la envió a Salzburgo... dos días después de la ceremonia de los Haffner en la corte de José II.

Esta sinfonía la interpretará la orquesta Filarmónica del Desierto el próximo miércoles 30, en el Museo de las Aves. La segunda parte del programa será el Concierto para violín en re mayor, Op. 61 de Beethoven (1770-1827), dedicado a Stephan von Breuning, hijo de Helene von Breuning. Gracias a ella Beethoven leyó a Shiller, y compuso la 9ª sinfonía.

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