Navidad es renacer...
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Tras la intervención quirúrgica que tuve hace unos días, he tenido tiempo de echarme un vistazo por dentro y por fuera, y no paro, porque hay mucho que releer, razonar, agradecer, y todo cuanto te permite viajar a tu alma cuando haces una pausa que te saca del trajín al que estás acostumbrada. Se vive muy deprisa en nuestros días, es una vorágine cotidiana. De modo que estoy disfrutando este espacio para conciliaciones, reflexiones, etc., conmigo misma.
Ahora mismo que estoy escribiendo veo mis manos sobre el teclado de la computadora, y me encuentro con las de mi madre, son un clon. Que fantástica es la genética. Mi madre fue una mujer activa hasta los 96 años, limpiaba su casa, hacía sus compras, se bañaba sin la ayuda de nadie, despotricaba de cuanto no le gustaba y también se le llenaban los ojos de lágrimas cuando caía en cuenta que sus contemporáneos ya no estaban. Entre las cosas que aborrecía estaba la vejez, siempre le cayó mal, no paraba de hacerle reclamos, pero no se daba por derrotada. Era fenomenal.
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Llegar a la tercera edad, como le llaman hoy día a esta etapa de la vida, es ser muy afortunado, no todo el mundo goza del privilegio de los años de oro. A pesar de los retos físicos que conlleva, la experiencia que la engarza, la valija cargada de cuanto te has encargado de poner en ella, la plenitud es maravillosa, incluso la nostalgia, es toda una poesía. Sí, poesía, matices, dulzura. Mirar a lontananza el camino recorrido es música, repique de campanas, horizonte iluminado por multitud de soles, de lunas y de estrellas. Pero todo esto hay que sembrarlo, alimentarlo, para que florezca y se multiplique y te arome los años dorados.
Marco Tulio Cicerón, el gran jurisconsulto romano en su obra Cato mayor de senectute, apuntaba que la vejez es sinónimo de aumento de entendimiento y razón, de tolerancia, de capacidad para apreciar las cosas en su dimensión preclara, de sabiduría constituida por el bagaje de lo vivido. Muchos, pero muchos años después, en 1968, Werner Leibbrand, psiquiatra e historiador médico alemán, subrayaba que es esencial darle continuidad a la acción e incluso estar abierto a lo nuevo. En palabras llanas, este comportamiento ayuda a que no se oxide el hombre.
El ser humano empieza a envejecer desde el día de su nacimiento. Hay células que mueren antes que otras, es un proceso natural. Rara vez se muere de viejo –mi madre murió de 102 años, muy longeva-, la ciencia dice que son enfermedades, consecuencias de éstas, las que al final cobran. Es una realidad inevitable.
Se cumplen ciclos. Y además de nacer, crecer y reproducirse, el ser humano necesita transmitir a las nuevas generaciones su experiencia. Imagínese nomás lo que sería estar siempre empezando de cero. Por esto se deben impulsar cambios en el concepto social hacia los mayores, mandar a la goma estereotipos e ideas negativas en torno a la vejez. Ser mayor no convierte a los humanos en chatarra, en incordio. Es fundamental fomentar su autonomía y su vida independiente. Juan Manuel Serrat lo expresó en una preciosa composición. Se la transcribo completa, generoso leyente: “Si se llevasen el miedo y nos dejasen lo bailado para enfrentar el presente; si se llegase entrenado y con ánimos suficientes; y después de darlo todo, en justa correspondencia, todo estuviese pagado y el carné de jubilado abriese todas las puertas... quizá llegar a viejo sería más llevadero, más confortable, más duradero. Si el ayer no se olvidase tan aprisa; si tuviesen más cuidado en dónde pisan; si se viviese entre amigos que, al menos, de vez en cuando pasasen una pelota; si el cansancio y la derrota no supiesen tan amargo; si fuesen poniendo luces en el camino a medida que el corazón se acobarda y los ángeles de la guarda diesen señales de vida... sería más razonable, más apacible, más transitable. Si la veteranía fuese un grado; si no se llegase huérfano a ese trago; si tuviese más ventajas y menos inconvenientes; si el alma se apasionase, el cuerpo se alborotase y las piernas respondiesen; y del pedazo de cielo reservado para cuando toca entregar el equipo repartiesen anticipos a los más necesitados... sería todo un progreso, un buen remate, un final con beso, en lugar de amontonarlos en la Historia convertidos en fantasmas con memoria. Si no estuviese tan oscuro a la vuelta de la esquina; o simplemente si todos entendiésemos que todos llevamos... un viejo encima”.
La próxima semana estaremos celebrando el Nacimiento del Hijo de Dios, tendremos la cena, los regalos envueltos bajo el pino navideño, muchos abrazos, felicitaciones, besos, parabienes. Son fechas muy significativas, ojalá que los niños, los jóvenes y todos los que vendrán mañana, tengan la fortuna de aprenderlas en casa, con el ejemplo de sus padres y de sus abuelos. No hay otra manera más hermosa de conservarlas.
. Y también deseo con todo mi corazón que en los asilos de ancianos, en las casas de reposo, no esté ausente este regocijo. Que las familias de estas personas los visiten, les lleven música y la calidez insustituible de un abrazo amoroso. Los regalos materiales son baratos, se pagan con dinero, los que salen del corazón no tienen precio. Estos últimos son los que valen un cielo.
Quienes tenemos salud, somos millonarios. Vivamos el advenimiento del Niño Jesús desde adentro. Si hay desavenencias familiares es hora de finiquitarlas. Disfrutemos el renacer de nuestro espíritu.
Les deseo una Navidad plena, en el amor inconmensurable del Hijo de Dios. A eso vino Él, a enseñarnos a amarnos, al margen de nuestras humanas diferencias. Abrazo grande y siempre agradecida a quienes hacen el favor de leerme.
FELIZ NAVIDAD.