Navidad: Tiempo de dar

Opinión
/ 22 diciembre 2024

Jesús mismo, regalo de vida perdurable que llegó a nosotros en la forma de Dios Niño. Hay, sin embargo, otros regalos que también llenan el corazón

Desde luego el mejor regalo de la Navidad es Jesús mismo, regalo de vida perdurable que llegó a nosotros en la forma de Dios Niño. Hay, sin embargo, otros regalos que también llenan el corazón. Hace tiempo recibí uno que jamás olvidaré.

Se había vuelto tradición que yo dirigiera la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Nuevo León en su Concierto de Navidad. El maestro Félix Carrasco, magnífico director titular del espléndido conjunto, me hacía el honor de nombrarme director invitado para dirigir la orquesta en ese concierto formado con música navideña. Asistía a él un jubiloso público de gente grande y niños. Para ellos el concierto con que la sinfónica de la Universidad nuevoleonesa cerraba su año era parte esencial de las celebraciones de la temporada.

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En aquella ocasión dirigí a la orquesta en las tradicionales melodías navideñas: “Deck the Halls”; “We wish you a merry Christmas”; “Noël”, “O little town of Betlehem”... En seguida dirigí un fragmento de “El Cascanueces”, de Tchaikovsky. Siguió la juguetona “Sinfonía de los juguetes”, atribuida unas veces a Haydn y otras a Leopold Mozart, el padre de Amadeus. Vino luego la “Obertura de Navidad”, obra muy poco conocida de Otto Nicolai, el autor de “Las alegres comadres de Windsor”. Después, con coro de niños, surgieron las notas de “Noche de paz”. A continuación −anuncio del Año Nuevo− se escuchó la “Marcha Radetzky”, del mayor de los Strauss, cuyo vibrante ritmo fue marcado con palmas por todo el público que llenó el Teatro Universitario. El concierto terminó con la música tradicional de las posadas mexicanas: “E-en el nombre del Cie-e-e-lo, o-o-os pido posa-a-a-da...”, tocada con partitura, pues la mayor parte de los músicos eran extranjeros −búlgaros, checos, austríacos, japoneses, norteamericanos, cubanos, canadienses− y esa música, tan sabida por nosotros, era para ellos obra nueva.

Al concluir la pieza cayó sobre el auditorio, desde las alturas de la sala, una lluvia de confeti, serpentinas y globos, y todos los asistentes se unieron en regocijado coro a los cantos populares: “Dale, dale, dale, no pierdas el tino...”. “Ándale, Juana, no te dilates, con la canasta de los cacahuates...”. Todo terminó con una larga ovación tributada de pie por el público.

Y vino entonces la sorpresa. El doctor Luis Galán Wong −coahuilense, por cierto, de Múzquiz−, excelente rector que fue de la UANL, subió al foro y me entregó un reconocimiento a nombre de la orquesta y de la Universidad; una hermosa clave de sol en cristal con el logotipo de la sinfónica y el de la propia casa de estudios. Faltaba algo, sin embargo. Tomó la palabra el rector y dijo:

-Le tenemos una sorpresa a Catón. Hace unos días los 100 mejores estudiantes de nuestra Universidad recibieron una presea en la Ciudad de México. Con ese motivo se tomó la fotografía de cada uno de ellos en el momento de recibir su premio. Entre ellos estuvo Javier Fuentes de la Peña, hijo de Armando, el alumno más destacado de su especialidad en la Facultad de Filosofía y Letras. Voy a entregarle a Catón esa fotografía de Javier. Estoy seguro de que recibirla será para él motivo de orgullo y de satisfacción.

¡Vaya si lo fue! Algo así como recibir el Óscar, nomás que mejor. ¡Y con música sinfónica! No cabe duda: hay regalos que son para toda la vida.

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