‘No lo puedo dejar’: ¿Cómo afecta a los adolescentes la adicción a los videojuegos?

Opinión
/ 21 agosto 2025

No pretendo condenar a los videojuegos, sino más bien informar de la parte que queda ‘tras la pantalla’

“Mi nombre es Luis, tengo 16 años. Comencé a jugar GTA V (Grand Theft Auto V) cuando tenía 12. Era simplemente un rato con mis amigos tras hacer la tarea. Pero pronto se convirtió en una adicción. Cuando llegaba de la escuela me iba resentido al juego... hasta que mi vida real me parecía aburrida en comparación con el GTA”.

Este es el testimonio de un adolescente que vio cómo su mundo, sus estudios y relaciones se fueron apagando lentamente. Lo que fue un pasatiempo se convirtió en una “cárcel mental”. Esta historia no es un relato; es la historia de miles de jóvenes con adicción a videojuegos como GTA.

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El libro “Grand Theft Auto VI y Otros Videojuegos. Riesgos Cerebrales y Emocionales Ocultos”, publicado por un servidor el mes pasado, no es sólo un aviso, sino también un manual. Nos expone desde la neurociencia los riesgos a los que pueden verse sometidos los cerebros en formación de los adolescentes debido a la dopamina –la “molécula del placer”– que liberan los videojuegos cada vez que logramos completar una misión o superar un objetivo virtual. Consecuencia: la vida real pierde atractivo, las notas escolares se resienten y la vida social deja de ser prioritaria.

El problema es que el sistema de recompensa se adapta muy rápidamente, y tener una hora de juego resulta insuficiente: se necesitan tres, cinco... y muchas más. Cuando los videojuegos, como es el caso de GTA, son la única salida de placer, todo lo que pueda llegar a ser habitual, como salir al parque, hablar con otra persona o practicar deportes, deja de ser la forma de salir de la rutina.

Les tengo una mala noticia: ya anunciaron la nueva versión del GTA VI y su llegada, que será en mayo de 2026, fue recibida como un evento mundial. Tiendas repletas, adolescentes pidiendo a sus profesores poder faltar a clases para ir a comprarlo, redes sociales enloquecidas tanto con avances como con muestras de un gran negocio. Para sus adeptos y adeptas, GTA no es sólo un juego de video, sino que es la gran aventura de sus vidas.

¿Qué explica tanto furor? Ofrece lo que ningún otro videojuego podría ofrecer: la posibilidad de hacer lo que quieras, sin ninguna consecuencia. Robar coche, escapar de la policía, dar palizas a inocentes, vivir como un criminal... todo es posible en este mundo digital hiperrealista. El problema es que la exposición ininterrumpida a la violencia virtual reduce la capacidad empática de forma directa e indirecta, incluso en la vida real.

No pretendo condenar a los videojuegos, sino más bien informar de la parte que queda “tras la pantalla”. En la adolescencia se da un momento de cableado cerebral: la corteza prefrontal, que se ocupa de decisiones y control de los impulsos, no madura completamente hasta los 25 años de edad. En cambio, la amígdala, núcleo de las emociones, está muy activa. De este modo, el adolescente buscaría experiencias intensas y placeres inmediatos, pero todavía no tendría el regulador de esas experiencias para frenarlas. Si se suma un videojuego que permite recompensar cada acción con dopamina, la consecuencia podría ser devastadora: pérdida de la motivación de la vida real, impulsividad, anhedonia (no disfrutar de las cosas pequeñas) y aislamiento social.

¿Qué podemos hacer? La buena noticia es que el cerebro es plástico, es decir, puede cambiarse, aprender y, por tanto, recuperarse. Pero necesita límites claros, acompañamiento afectuoso y alternativas reales. Algunas recomendaciones son:

* Poner horarios: no más de 1 a 2 horas diarias de videojuegos recreativos.

* Equilibrar con actividades reales: deportes, música, lectura o voluntariado.

* Hablar del tema sin juicios: charlar sobre lo que sienten y piensan mientras juegan.

* Dar ejemplo: los hijos imitan más lo que ven que lo que escuchan.

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Este libro es algo más que un libro, es un instrumento de prevención y de conversación familiar. Invita a los adolescentes a mirar su propia relación con los videojuegos, y a los padres a captar la batalla neurocientífica que se lleva a cabo en el cerebro de sus hijos.

Queridos padres: regalar este libro a sus hijos es abrirles la oportunidad de abrir los ojos antes de caer en la trampa del “sólo un ratito más”. Es una invitación a cuidar su cerebro, su presente y su futuro. Porque la verdadera misión no está en un videojuego, sino en la vida real: aprender a disfrutar, a controlar la mente y a construir un futuro con propósito.

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Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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