Norma Piña: un tropiezo lamentable en el peor momento
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La Ministra Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación cometió un error elemental al trenzarse con el impresentable Alejandro Armenta. Un error que no es un pecado mortal, pero que le va a perseguir largamente
Es una pena. Debe decirse con todas sus letras y sin ambigüedades. Es una pena atestiguar cómo la ministra Norma Piña decidió repetir la historia de Luis Alejandro Velasco, el colombiano personaje central del espléndido “Relato de un Náufrago”, de Gabriel García Márquez, y como aquel, “dinamitar su propia estatua”.
Primera mujer en presidir el Poder Judicial de la Federación, la Ministra se venía agigantando por una rara característica de su personalidad (o eso se entendía hasta el jueves anterior): era capaz de tolerar con estoicismo los embates en su contra -cada vez más vulgares, cada vez más arrabaleros- coordinados desde el mismísimo púlpito presidencial.
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Ninguna reacción. Ni un comunicado, ni una declaración, ni una indirecta, ni un tuit... los escupitajos lagartianos chocaron consistentemente contra la -aparente- cubierta diamantina del rostro de la jurista... nunca lograron arrancarle una respuesta más allá de las sentencias revocatorias de las pulsiones dictatoriales de nuestro mesías tropical.
Y eso justamente le agregaba, de forma consistente, centímetros a su estatura. La elevaba por encima del fango al cual pretendía -con entusiasmo digno de mejores causas- arrastrarle el gamberro de Macuspana. Estaba ganando la confrontación, y por mucho... sin pronunciar una sola palabra.
Pero le ganó el impulso, la inexperiencia, la falta de oficio político, la rabia contenida, la frustración... vaya usted a saber. Y cometió el error de trenzarse en una discusión virtual con el más zafio de sus potenciales rivales: el impresentable senador poblano Alejandro Armenta.
No tenía ninguna necesidad; el oponente no es de su división y nada puede ganar derrotando a un individuo cuya catadura lo acerca más a la posición de un paria y menos, mucho menos, a la de un contrincante digno de atención siquiera.
Es una pena.
Sobre todo, porque del otro lado de la mesa no habita el honor y ello implica la inexistencia del decoro y el mínimo pudor a la hora de librar las batallas. Imposible esperar de la gavilla lopezobradoriana un comportamiento centrado en la rectitud a la cual obliga la rivalidad política.
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También, porque la Ministra Piña es una adversaria leal, quien tuvo la decencia mínima de salir a reconocer, sin ambigüedades ni maquillajes, haber sido ella quien le envió los “inquietantes” mensajes nocturnos al senador Armenta. Con ello, frenó la creciente especulación sobre una muy creíble invención del poblano a quien, de entrada, resulta difícil creerle cualquier cosa.
Sin duda, doña Norma Lucía tiene razones -y muy buenas- para considerarse obligada a actuar con rectitud y anteponer el honor a cualquier decisión. Actuando así ha conquistado el éxito en la vida y llegado a la posición más alta a la cual puede aspirar un jurista en este país.
Y ciertamente el desliz de esta semana -a condición de no repetirse, desde luego- no le cobrará una factura muy alta en términos del reconocimiento ganado entre sus pares y entre quienes, a la distancia, observamos su desempeño y nos congratulamos de poder atestiguarlo.
Pero desde la cancha de sus adversarios las cosas se registran de forma muy distinta. La torpeza política de sus mensajes ha legitimado la actitud gangsteril de López Obrador y sus apandillados. Al haber descendido a la cloaca donde habitan sus contradictores les ha cedido la ventaja, pues el lodo es su medio ambiente favorito, aquel donde mejor se mueven.
Desapareció la magia de la esgrima sin florete; explotó la pompa ilusoria del valladar incólume; se opacó el brillo de la flama inextinguible... es una lástima. Se recuperará, sin duda. Pero la mancha quedará allí, para ser lamentada de forma permanente y como recordatorio puntual de la extrema dificultad implicada en la empresa de atravesar el pantano del hijo pródigo de Macuspana... y conservar el plumaje intacto.
¡Feliz fin de semana!
carredondo@vanguardia.com.mx