Norteamérica se hispaniza
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Himenia Camafría, madura señorita soltera, se presentó ante un juez y se quejó de su vecino don Geronte. El maduro señor había intentado asaltarla sexualmente. Pregunta el juzgador: “¿La atacó con alguna arma mortal?”. “No, −replica la señorita Himenia−. Más bien me atacó con una arma muerta”... Aquel vietnamita que había inmigrado a los Estados Unidos y vivía en Los Angeles, logró por fin traer de Vietnam a su papá. Pasó el tiempo, y el anciano insistía en hablar en su idioma natal. “¿Por qué hablas en vietnamés? −le pregunta, molesto, el hijo−. Vives en los Estados Unidos. Ya eres ciudadano americano. Haz lo que todos. ¡Habla en español!”... La historieta sirve para ilustrar un hecho incuestionable: cada vez en mayor medida la cultura y la vida norteamericanas se están “hispanizando”. Hay una especie de justicia poética en lo que sucede en el país del norte: los Estados Unidos nos quitaron mediante el uso de la fuerza extensos territorios que −si bien es cierto que teníamos abandonados− nos pertenecían conforme a derecho. Ahora tal parece que hay una especie de “reconquista” silenciosa, pero efectiva, que hace que los territorios que se nos arrebataron tengan otra vez su población de ascendencia mexicana. Dios castiga sin palo y sin cuarta, decían nuestras abuelas. El poderoso país vecino habrá de pagar las culpas del Destino Manifiesto aprendiendo el idioma y practicando las costumbres de las “ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda” de que habló Rubén Darío... Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, fue a una fiesta, y alguien le presentó a don Creso, señor rico y maduro. Le dice Nalgarina: “Al verlo a usted pienso en mi tercer marido”. “¿De veras? −responde don Creso−. Pues ¿cuántas veces se ha casado?”. Con un mohín de coquetería responde Nalgarina: “Dos”... El joven recién casado regresa de su luna de miel, y todos sus amigos se sorprenden al verlo flaco, pálido, ojeroso, extenuado, al borde del desfallecimiento. “¿Qué te sucede? −le preguntan con preocupación−. ¿Por qué te ves así?”. Y responde el muchacho con débil voz que apenas se oye: “Es que me casé con una burócrata, y dice que todo se debe hacer por quintuplicado”... Babalucas le pregunta al guardia del zoológico: “Perdone: ¿cómo se llama esta ave?”. Le contesta el hombre: “Lo ignoro”. Babalucas saca un cacahuate y llama al pájaro: “¡Loignorito, Loignorito!”... Una secretaria le dice a otra en voz baja: “¿Te has fijado qué buen perfil tiene el subgerente?”. Replica la otra también en voz muy baja: “¡Cómo eres tonta! ¡No es el perfil, es el llavero!”... El padre Arsilio pregunta a los niños del catecismo: “¿Con qué mató David a Goliat?”. “¡Con una moto!” −se apresura a contestar Pepito−. “Fue con una honda” −lo corrige sonriendo el sacerdote−. “Usted no preguntó la marca” −replica el precoz niño... En su merienda semanal las señoras se pusieron a intercambiar confidencias acerca del método anticonceptivo que usaba cada una. Dijo la primera que ella recurría a la píldora. La segunda empleaba el dispositivo intrauterino. La tercera declaró que ella y su esposo preferían el preservativo. Otra manifestó que no empleaba ningún método que no fuera el natural. Una de las señoras no decía nada. “Y tú −le preguntan las demás−, ¿qué método usas?”. “El de la cubeta” −responde la señora−. “¿La cubeta? −se extrañan las amigas−. ¿Qué método es ése?”. Explica la señora: “Mi esposo y yo hacemos el amor de pie. Como él es muy bajito de estatura se sube sobre una cubeta. Cuando empieza a jadear fuerte y a poner los ojos en blanco, en el momento justo en que el trance va a acabar, entonces pongo en aplicación mi método anticonceptivo: le doy una patada a la cubeta”... FIN.
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