Ojear y hojear, verbos de la época
Hay lectura sacralizada y satanizada.
Se exhibe la lectura con los mismos riesgos que tiene el comer.
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Ni leer ni comer, por sí mismos, son verbos saludables. El comer por comer puede causar congestión, indigestión intoxicación, obesidad si solo se atiende a la cantidad sin examinar calidad. Y leer por leer puede causar obsesiones, motivaciones perniciosas, aceptación de errores y falsedades, evasión de la realidad, sustraer tiempo de vida por adicción a ojear y a hojear páginas con voracidad, sin selección acertada.
Puede también proliferar la adicción a comprar libros. Se acumulan ejemplares en estanterías, imaginando la posibilidad de leerlos. Pasa el tiempo solo son leídos a trozos, devorando capítulos aislados, escudriñando finales y cancelando pasajes descriptivos para concentrarse en la acción de la narrativa.
Muchos libros quedan como decoración, en anaqueles, sin ser visitados por ojos de lector o solo atisbados por una lectura veloz, en diagonal.
DE PÁGINA A PANTALLA
La conjugación del verbo leer ya no recorre tanto la negrura de las letras ennegrecidas y agrupadas en líneas paralelas como surcos se siembra en el campo de las páginas. Se estrena y se practica la lectura en pantalla. Chateos y mensajería compacta en una lectura rápida intermitente. Todo marcha al ritmo del click ejecutivo e inmediato.
Ese universitario lleva toda una biblioteca en su teléfono celular. Libros voluminosos son transcritos a un espacio propio de una palma de la mano. En cualquier parte, se avanza en la lectura trompicones de tiempo fugitivo. Aquel leer sereno, inmóvil, concentrado, en lugar seguro, confortable y silencioso va quedando como costumbre obsoleta y trasnochada. Los textos eran seleccionados y experimentaban la destreza de la relectura ávida de mayor claridad y profundización.
DESDE EL CICLÓN
Los huracanes son más predecibles que los temblores.
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“Creíamos que no venía tan fuerte y no tomamos precauciones”, comenta Herlinda, la acapulqueña. “A la zona hotelera le causó daños y hay gente vacacionista que no puede volver a su tierra por las averías sufridas en el aeropuerto”, dice Fernando, el taxista, completa diciendo: “Hay calles inundadas aquí y allá y vehículos que fueron arrastrados”.
Y se van por unas botellas con agua y unas tortas que están repartiendo desde un camión. Saben que seguirán llegando ayudas de todos los Estados.
“A ver si para el día de muertos ya se puede hacer algo”, concluye el taxista. Herlinda va después presurosa a atender a sus nietos...
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