Ojos infantes
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Lo que guardamos todos. Que está allí. Adentro, luminoso.
Eso que también somos y que ¿hemos olvidado?
Voy a eso que está aparentemente allá, en otro tiempo y en otro lugar. Y desde allá tomo eso que soy y habito el aquí.
Son los ojos infantes mirando renacuajos desde este rostro labrado con líneas que son alegrías, sueños o pesadillas.
Son mis dedos niños adentro de estas manos de mujer adulta; tocan ellos las flores del cenizo, las oquedades en los árboles, la tierra húmeda.
Talla menor, pies pequeños, rostro quemado, cabello corto, ropa neutra. Andar alucinado. Así voy hacia páramos desérticos en busca de maravillas que son hilos de agua, piedras de colores, cadáveres de hormigas o fragmentados huesos albos de vacas que carcome el sol.
Mi cuerpo niño adentro de este cuerpo antiguo que camina bosque arriba esperando ver la silueta de un puma o encontrar un caracol con una concha que es una espiral redonda.
Ojos niños en búsqueda de saliva de pino que vaya a los dedos o entre en la lengua. Sale ese cuerpo adentro de mi cuerpo a mirar la niebla, esa densidad de agua con voluntad. Y corre ese cuerpo infante hacia el otro extremo de la montaña y se desaparece la densidad. Y allá va ese cuerpo en ascenso a encontrar la niebla que, de nuevo, se desvanece frente a estos ojos niños. Y así en cada carrera. Está la niebla visible siempre en otro lado. Ese es el hechizo de su densidad.
Y ese cuerpo niño adentro de mi cuerpo asoma para tomar los panes y los helados. Elige los brillos en la arena del mar que descubre con ayuda del cielo encendido. Soy esas manos pequeñas adentro de mis manos de más de medio siglo que buscan el libro de fotografías donde hay huevos de serpientes.
Soy el ánima párvula que se tiende, luego de la lluvia, en el agua corriente pasando por las calles del barrio. O aquella que mientras se sirve un té en la vajilla cerámica, modela desde el lodo de la infancia, tazas y platos.
El cuerpo niño vivo en este cuerpo adulto deja caer como si fuera agua, ligereza y experimentación. Aquí me quedo, desde aquí hablo.
El vocablo infante proviene del latín infans, que contiene el prefijo in que refiere a la negación, y por el participativo presente del verbo fari, que significa hablar. Se refería a los niños que no habían aprendido a hablar.
claudiadesierto@gmail.com