Paseo por la ‘Meditación’
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Esta semana leí la antología poética “Meditación en el umbral” de Rosario Castellanos. Julian Palley, compilador, eligió como título el nombre de un poema que no sé si es esperanzador o desolador. Quizá ambos caminos conviven en él: “No es la solución / escribir, mientras llegan las visitas, / en la sala de estar de la familia Austen / ni encerrarse en el ático / de alguna residencia de la Nueva Inglaterra / y soñar, con la Biblia de los Dicknson, / debajo de una almohada de soltera. / Debe haber otro modo que no se llame Safo / ni Mesalina ni María Egipciaca / ni Magdalena ni Clemencia Isaura. / Otro modo de ser humano y libre. / Otro modo de ser”. En los versos la autora critica la relación longeva entre lo fatídico y las mujeres que escriben. Como si para ganarse el valor merecido se tuviera siempre que sufrir. “Debe haber otro modo”, insiste Castellanos. Retumba en mi mente la frase “otro modo de ser humano y libre”. Imagino a Rosario en su umbral de pensamientos, tratando de tejer ese otro rumbo anhelado. Porque ella anduvo en los terrenos de quienes sufren. Y también de quienes triunfan, de quienes iluminan el tiempo.
Las páginas de “Meditación en el umbral” son una gran lección de escritura y de vida. “La verdadera lectura está en la relectura”, decía Sergio Pitol. Muchos poemas los conozco, algunos de memoria. Pero parece que se revelan por primera vez. La presencia de la muerte me hace sentir que estoy frente a una poeta suicida, aunque Rosario murió por una descarga eléctrica en su recámara de Tel Aviv. Elena Poniatowska, en el emotivo prólogo, declara que Castellanos habló de su muerte más que ningún otro escritor mexicano. “Muchas veces avisó que se iba a morir”, agrega antes de citar un fragmento de “Dos poemas”: “Si muriera esta noche / sería sólo como abrir la mano, / como cuando los niños la abren ante su madre / para mostrarla limpia, limpia de tan vacía”. Luego me pregunto cuándo empezó todo.
Quizá fue en la niñez, cuando perdió a su hermano menor. El drama familiar por el varón generó un sentimiento de disminución, de no valer lo mismo por su condición de mujer. Después el amor-desamor con Ricardo Guerra. La fractura a la par del estudio, los triunfos los premios y los viajes. Poniatowska recuerda las palabras del crítico José Joaquín Blanco, quien “califica la mayor parte de los poemas que integran ‘Poesía no eres tú’ de sentimentales, amargos, religiosos y domésticos aderezados con mitos”. Los hombres que escriben poemas de amor son grandes poetas; las mujeres que escriben poemas de amor son “sentimentales”: “Yo no tendré vergüenza de estas manos vacías / ni de esta celda hermética que se llama Rosario. / En los labios del viento he de llamarme / árbol de muchos pájaros”, declara.
En otro de los poemas hay una parte muy similar a un sueño que cuenta Sylvia Plath. Rosario escribe: “Cuando joven pací en una pradera / abundante de nombres y yo escogí lo mío. / Pero mi senda de hoy tiene no más un trébol. / Con un pétalo dice mansedumbre / y con otro lealtad / y con otro obediencia”. Plath describe un árbol de higos. Cada uno era un “hermoso futuro”: “Un higo era un esposo y un hogar feliz con hijos / otro era ser una brillante profesora”. Elegir uno significaba perder los demás. “Mientas me sentaba sin poderme decidir, los higos comenzaron a arrugarse y a volverse negros para ir cayendo uno a uno a ante mis pies”. Cuando leo a alguna de las dos, aparece la imagen de la muerte junto con la poesía.
Un poema en especial me conmueve: “No me toques el brazo izquierdo. Duele / de tanta cicatriz. / Dicen que fue un intento de suicidio / pero yo no quería más que dormir / profunda, largamente como duerme / la mujer que es feliz”. Vuelvo a “Meditación en el umbral” de Rosario y a la palabra “elegir” de Plath. No se ha ido el verso del principio: “Debe haber otro modo de ser humano y libre”. La escritura de la Castellanos, dolorosa y brillante, quizá fue un comienzo para ese otro mundo que imaginó.