Paseo por la poesía amorosa
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Los poemas de amor son los más populares por ese equilibrio entre la suavidad y la tromba, entre lo cotidiano y lo trascendental
Decía George Bataille que el erotismo nació, en nuestra especie, cuando fuimos conscientes de la muerte. El arte es una forma, entonces, de continuidad. La autora conocida más antigua de la historia, Enheduanna, escribía poemas a Inanna, la diosa del amor. En Egipto se cantaban versos líricos amorosos que muy probablemente inspiraron “El Cantar de los Cantares”, donde la amada exclama: “¡Oh, si él me besara con los besos de su boca! / porque mejores son tus sabores que el vino”. El mismo poder lírico es inmune a los años. Safo escribe: “Dicen unos que una tropa de jinetes, otros la infantería / y otros que una escuadra de navíos, sobre la tierra / oscura es lo más bello; mas yo digo / que es lo que una ama”. Los poemas de amor son los más populares por ese equilibrio entre la suavidad y la tromba, entre lo cotidiano y lo trascendental.
Pienso en estos lazos literarios al leer “Poesía Cubana de Amor. Siglo XX” (Editorial Letras Cubanas, 1999), una propuesta compilada por Luis Rogelio Nogueras. En este volumen, que viajó por mar y tierra hasta llegar a mi ciudad, aparecen más de 150 poemas “escritos y vividos” por 89 poetas de la isla. El libro abre y cierra con Olga Alonso y Juan Oscar Alvarado. “Ninguno de los dos alcanzó siquiera los veinte años” y “ambos cayeron —en distintas circunstancias en distintos años— por la Revolución, que es como decir por la raíz misma del amor y la poesía”, explica Nogueras. Así de conmovedor es el primer poema de la antología: “ahora / que el papel ha perdido su forma / y se alarga a cuatro lados / pienso en tu imagen / inalcanzable / como el límite infinito / de este papel / te amo / como la cicatriz / que crece en la flor del sol / te recuerdo”. ¿Qué viviría Olga Alonso para decir estas cosas del amor, si murió a los 19 años? La misma edad tenía el militante Juan Oscar Alvarado cuando fue asesinado en 1958. Él canta: “Besa dulce / mi gran pena / y haz un nido / aquí en las ramas / de esta herida / que te ama”.
Es verdad que la revolución es una raíz de la poesía. Desde el amor también se abren las posibilidades de batalla. Norberto Codina en “Un poema de amor, según datos demográficos” hace una denuncia social: “Y un día el hambre, mi amor / será una página olvidada / y no como hoy un poema de enamorados y millones, / y no como hoy un poema de dos y un poema de esperanza”. Remata diciendo: “En el año de 1976 / cuando éramos apenas cuatro mil millones / se escribió un poema de amor con la palabra hambre”. En contraste, Fayad Jamís intenta, desde el tema amatorio, crear una especie de “arte poética”: “Lo mejor que puedes hacer es convencerte de que la poesía te completa, / comprobar que has cruzado el lindero del horror y la angustia, / escribir que una tarde recorriste la bella ciudad empedrada / para encontrar lo que no podía ser el amor / sino el poco de sueño que recuerda un gran sueño”.
Siguen las páginas del libro y habitan los poemas amorosos que vivirían en cualquier antología de cualquier siglo y de cualquier país: versos sobre la rosa, palabras sobre la amada y su belleza única, la mujer que espera en soledad y la que triunfa en el amor, el hombre abandonado por quien ama. Dulce María Loynaz confiesa: “El beso que no te di / se me ha vuelto estrella dentro”. Alex Fleites regresa al erotismo como amparo: “En todo momento / un hombre enciende las luces del planeta. / Basta para ello que dentro de su irreparable corazón / alguien dibuje pájaros y árboles. / Cuida de mi voz como de un pobre perro. / Es lo que tengo para salvarte y salvarme”. Jesús Cos Cause lamenta, en una súplica de un diario y cotidiano dolor: “Mi amor, / trabajamos hasta donde la noche asusta, / estamos cansados y seguimos, enfermos y seguimos”. Quizá un verso de Osvaldo Navarro resuma el espíritu del poemario (y de toda poesía erótica): “La belleza fue siempre luchar contra el dolor”.