‘Pasta de Conchos’: una lección aún no aprendida

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El costo de las tragedias mineras, tanto en dolor como en recursos económicos, ha sido altísimo. Sin embargo, nada parece forzarnos a asumir las lecciones que dejan
Han transcurrido casi dos décadas desde que la tragedia ensombreció −una vez más− a la Región Carbonífera de Coahuila debido al registro de una explosión en la mina Pasta de Conchos. La actividad carbonífera dejaba, nuevamente, clara su peligrosidad, sumando 65 víctimas a su larga lista.
Durante todo este tiempo, como se consigna en el reportaje que hoy publicamos en SEMANARIO, el suplemento de investigación periodística de VANGUARDIA, ha sido la tenacidad de las familias, de los sobrevivientes de aquella tragedia, lo que ha impedido que el caso se cierre y, más importante aún, lo que impulsó las labores de rescate emprendidas el sexenio pasado.
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Derivado de la lucha de las familias, hoy han sido entregados a sus deudos los restos de dos de los mineros que quedaron sepultados en las galerías subterráneas el 19 de febrero de 2006. Ha sido una lucha larga y un rescate que, en términos monetarios, ha resultado muy costoso.
Sin embargo, pese a la cauda de dolor que las tragedias mineras han provocado en las familias de la Región Carbonífera, y a los miles de millones de pesos invertidos en el rescate de los cuerpos sepultados por la explosión, seguimos sin aprender la lección, es decir, sin hacer nada relevante para evitar que las tragedias se repitan.
El Gobierno de la República ha hecho bien, sin duda, en no escatimar recursos para garantizar que, en el lado de las víctimas, pueda haber un proceso de cierre del duelo al que les condujo la pérdida de sus familiares.
Sin embargo, haría mejor todavía en no escatimar recursos para proteger la salud, la integridad física y la vida de quienes hoy siguen arriesgando su vida en la explotación de las minas de carbón, particularmente de quienes trabajan en los denominados “pocitos”.
Casi 20 años después de la tragedia de Pasta de Conchos y luego de varios accidentes adicionales, que han cobrado la vida de más mineros, la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) sigue sin desplegar el personal necesario para vigilar que la explotación de carbón se realice en condiciones seguras.
Debido a ello, las condiciones de trabajo en dicho proceso siguen siendo precarias, es decir, peligrosas, y ello implica que sólo es cuestión de tiempo para que estemos reseñando la próxima tragedia.
¿Por qué somos incapaces de aprender las lecciones de la historia y ello nos conduce a tropezar, de forma repetida, con la misma piedra? ¿Por qué somos capaces de no escatimar en gastos para recuperar los restos mortales de una persona, pero no hacemos lo mismo para proteger a quienes aún están vivos?
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Se trata de preguntas que merecen respuesta puntual y que, en tanto no la tengan, seguirán alzándose como la única explicación a las tragedias recurrentes en torno a la explotación de carbón en nuestra entidad.
Pasta de Conchos, El Pinabete y tantos casos mortales adicionales han dejado tras de sí dolorosas lecciones que, por desgracia, nos negamos a aprender. Cabría esperar que en algún momento −en el futuro inmediato− rectifiquemos esta actitud, pues tiene consecuencias fatales.