Abejas y avispas
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En la última película –por ahora, aunque no lo será por mucho tiempo- que continua la saga gozosa y perdurable de Sherlock Holmes, titulada precisamente “Mr. Holmes”, se nos presenta al sabueso infalible con 90 años (interpretado de manera memorable por el gran Ian McKellen), retirado de su oficio detectivesco y dedicado a la apicultura. Allí debe enfrentarse con un caso dolorosamente inesperado, cuya solución –que naturalmente no desvelo- estriba en la radical diferencia entre las abejas y las avispas, por otra parte casi iguales para una mirada superficial. En efecto, ambas especies zumban, pican y revolotean entre las flores, pero las abejas son industriosas, fabrican la deliciosa miel y no atacan más que en defensa propia (o lo que ellas consideran tal) mientras que las avispas no tienen oficio ni producen beneficio, viven del esfuerzo ajeno y agreden con malignidad suicida.
Perdónenme esta metáfora zoológica, que sin duda cojea como todas las de su especie cuando se las toma muy en serio pero que debería servir para entendernos. En el panorama político actual compiten por el refrendo de los ciudadanos dos propuestas políticas que a veces pueden confundirse pero que en realidad son radicalmente opuestas: una es la democracia (las abejas) y otra el populismo (las avispas). La democracia está socialmente organizada (aunque no por la inexorable evolución sino por la voluntad libremente expresada de los ciudadanos), produce abundantes bienes que se reparten entre sus miembros aunque nunca del modo equitativo que sería deseable y cuando emplea colectivamente la violencia es para defenderse de las agresiones externas. El populismo en cambio aspira a una unanimidad fraudulenta sin rangos ni méritos, consume y malbarata la riqueza social que se acumuló antes de su aparición en nombre de un igualitarismo exterminador y castiga letalmente a quienes se le oponen desde otras fórmulas de convivencia. Aquellos que cansados de los defectos indudables del panal de las abejas optan por la vida en enjambre de las avispas antes o después lamentan esta deriva ruinosa, que convierte a los ciudadanos en enemigos de sus propios semejantes.,
Otra característica de los líderes populistas, probablemente no compartida por las pobres avispas a las que estoy calumniando por culpa de mi parábola, es que son muy malos perdedores y se resisten todo lo posible al tránsito pacífico a la democracia. Cuando deben someterse a las urnas y sus manipulaciones no logran impedir el triunfo de los ciudadanos que se les oponen, se resisten de todas las maneras ilegítimas posibles a la voluntad popular que los destituye a ellos, tan populares como pretenden ser. Lo estamos viendo ahora mismo en Venezuela y Argentina, donde las avispas que han mangoneado hasta ahora con tanta torpeza y virulencia esos países, pretenden obstaculizar el relevo pacífico que el descontento de los ciudadanos exige. Esperemos que fracasen también en esta última maniobra antidemocrática sin que haya que lamentar demasiadas picaduras ni aguijonazos traicioneros, para que finalmente la rica miel de las libertades ciudadanas vuelva a los labios de los que con arrojo y empeño la solicitan.