‘Alianza Federalista’ vs AMLO, ¿se dobla la apuesta?
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Resulta necesario decir que la tensión política está siendo llevada a terrenos peligrosos
En un acto reflejo muy propio de su personalidad, el presidente Andrés Manuel López Obrador retó ayer a los mandatarios de la denominada “Alianza Federalista” a “preguntarle al pueblo” si quieren romper el pacto federal, lo cual implicaría la balcanización del País. La decena de gobernadores que integran dicho bloque le tomaron la palabra.
Con ello, la disputa entre el Gobierno de la República y las entidades que decidieron abandonar la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago) se ha recrudecido y acaso haya cruzado el punto de no retorno.
La apuesta es muy fuerte y constituye un riesgo mayúsculo para quienes participan de ella: se trata del todo o nada en el arranque de un proceso electoral cuyo resultado puede, sin duda alguna, aniquilar a quienes resulten perdedores.
Más allá de las especulaciones que pueden construirse respecto de quien podría resultar ganador de la disputa, resulta necesario decir que la tensión política está siendo llevada a terrenos peligrosos. Pero también debe decirse que la responsabilidad fundamental es del presidente López Obrador.
Es verdad que el planteamiento realizado el lunes anterior por los gobernadores aliancistas fue uno muy fuerte –en buena medida inédito en la historia moderna del País–, pero también es cierto que fue cuidadoso de las formas políticas y, en estricto sentido, respetuoso de la investidura presidencial.
Contrario a ello, la respuesta que dicho pronunciamiento mereció ayer por parte del Presidente fue una mezcla de desprecio y arrogancia impropia de las formas que se esperan de un demócrata.
Preguntado sobre si se reuniría con los gobernadores de la Alianza Federalista, López Obrador dijo que no, “porque no hay materia; los está atendiendo el secretario de Hacienda y yo no voy a permitir que utilicen la institución presidencial, hay que cuidar la investidura (
) es una actitud propia de la temporada electoral. No sé qué estén viendo, qué estén sintiendo, qué les estará pasando y andan muy nerviosos”.
Acostumbrado a las apuestas electorales fuertes –aunque en circunstancias en las que no tenía nada que perder y todo que ganar–, el Presidente retó a los aliancistas: “si tienen vocación democrática tendrían que preguntarles a los ciudadanos de los estados que gobiernan. Les recomendaría que apliquen el mandar obedeciendo”.
El problema es que, según parece, los mandatarios ya esperaban tal revire y le tomaron la palabra de inmediato. Lo peor de eso es que, si se hicieran las consultas a las que invitó el Presidente, es altamente probable que los gobernadores salieran victoriosos.
¿Cómo saldría entonces el Presidente de tal embrollo? Seguramente descalificaría las consultas y las tacharía de espurias –aunque él haya organizado ejercicios similares– pero eso sería insuficiente para apagar la mecha que ya ha sido encendida y avanza con rapidez hacia el barril de pólvora.
¿Quién mostrará primero la frialdad necesaria para apagarla? Esa es la gran pregunta.