Alimentos Frankenstein: ¿Solución a la pobreza y al hambre?

Politicón
/ 16 abril 2017
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Por: Magda Yadira Robles Garza 

Las consecuencias de la manipulación genética son básicamente
dos: resistencia a herbicidas y resistencia a insectos​

A finales del año pasado (2016), la Secretaría de Salud aprobó 135 transgénicos para el consumo humano, entre ellos maíz, soya y canola. La decisión fue tomada meses después de la sentencia dictada por la Suprema Corte de Justicia mexicana que suspendió temporalmente el cultivo de la soya transgénica en entidades del sur del País.

Las autoridades aprobaron la importación de estos productos, especialmente de Estados Unidos y Brasil, productores del 80 por ciento de los transgénicos en el mundo. Ante este hecho, varias agrupaciones de consumidores y ambientalistas de la sociedad exigieron el etiquetado en los alimentos como parte de la solución para proteger la salud pública.

La llegada de este nuevo paradigma en la producción de alimentos tiene por consecuencia la aparición de un organismo genéticamente modificado (OGM), llamado transgénico. Estos alimentos tienen la particularidad de ser diferentes genéticamente del original, precisamente, porque fueron manipulados por un proceso tecnológico que introdujo un gen distinto.

Las consecuencias de esta manipulación genética son básicamente dos: resistencia a herbicidas y resistencia a insectos. Actualmente existen en el mercado cuatro cultivos: maíz, algodón, soya y canola, cuyo mercado comercial es liderado por Estados Unidos, Brasil, Argentina, Canadá, India China, Paraguay y Sudáfrica. En Europa, los llamados “alimentos Frankenstein” –frase que ilustra la polémica claramente– generan dudas sobre los riesgos de su consumo para la salud pública.

Pero antes de cualquier juicio precipitado que la información de arriba nos pueda llevar, reflexionemos un poco más acerca de este tema que involucra a nuestra alimentación, a la salud y la de nuestros seres queridos.

Son producto de la biotecnología aplicada a la manipulación de los genes de los cultivos, la cual tuvo su punto de apogeo en 1996 y a la fecha, según los expertos, su impacto sobre la seguridad alimentaria, la sostenibilidad y el medio ambiente es notable.

A pesar de los beneficios que reportan estos alimentos para combatir el hambre, la pobreza y la desnutrición en el mundo, el tema está lejos de ser pacífico entre la comunidad científica, los agricultores, consumidores y ambientalistas.

Los usos y las consecuencias para la alimentación y la salud de las personas, así como el impacto en los recursos naturales es el debate actual en el contexto alimentario del Siglo 21. Veamos en algunas líneas este escenario. 

Un aspecto a señalar, es el llamado asunto de la “biopiratería”, ligado con el conocimiento tradicional, que no es otra cosa que las patentes a productos que han sido colectados en países de bajo desarrollo y con alta biodiversidad, se otorguen a empresas sin beneficios a las comunidades originarias. Además, los expertos lo dirán, patentabilidad que como invención deja mucho que pensar.
Otro aspecto que se incluye en el debate es el ambiental. Me refiero a los efectos que la nueva agricultura industrializada provoca en el suelo y el agua con niveles altamente peligrosos para los seres vivos. Se ha recurrido a un buen argumento al señalar que estos cultivos representan un avance y crecimiento económico y con ello se llegaría a la meta de “Hambre Cero”; sin embargo, no es menor la argumentación que alerta sobre los riesgos que ocasiona la resistencia a insectos y la resistencia a herbicidas.

Dicho en otras palabras, la mayor aplicación de agroquímicos elimina las demás plantas, menos, el genéticamente modificado, como ocurre con la soya en México. Además, la aplicación de herbicidas altera los cultivos originales y empobrecen la biodiversidad en las zonas de cultivo, de ahí que la Corte mexicana en su fallo suspendiera el permiso otorgado a la empresa agrícola que sembraba soya en dos entidades del sur del País, hasta en tanto, no se hicieran los procedimientos adecuados de consulta a las comunidades indígenas afectadas por este proceso.

Los científicos explican que los cultivos genéticos pueden alterar las variedades de cultivos nativas y con ello, perderíamos la enorme riqueza genética, supondría eliminar también la cultura tradicional de las comunidades agrícolas.

En la etapa de la Revolución Tecnológica y la aparición de los OGM, era evidente que la cuestión estaba frente al gran poder de transformación tanto de la producción agrícola y alimentaria como en otras ramas como la medicina, la energía, las industrias química y petrolera.

Ahora el debate aparece en la manipulación de los genes, en seres vivos. Nuevos temas han abonado la discusión, pues las particularidades de cada planta, de cada cultivo son diferentes, generando con ello la pérdida de cultivos milenarios y en la producción de alimentos tan básicos para nuestro consumo, como el maíz.

Más estudios son necesarios para comprender no sólo los impactos sociales, ambientales y en salud, sino también para que podamos comprender el uso de esta tecnología aplicada en los campos que, al parecer, lo dicen los expertos, daña los recursos naturales de las comunidades agrícolas y pone en serio peligro la salud de todos los consumidores, de nosotros. 

Sin duda, estamos en presencia de una ética ambiental diferente de la que se discutía a finales del siglo pasado.

Directora del Centro de Derechos Sociales, Económicos, Culturales y Ambientales de la Academia IDH

yadiraroblesgarza@gmail.com
@MYRobles02

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