AMLO: ¿nueva grandeza mexicana?
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Lo que más le gusta a AMLO es hablar de sí mismo y jugar béisbol. Hace política hablando todas las mañanas y cuando practica el beis, más que batear o fildear, su máximo es hablar de lo bien que está fildeando o macaneando. Tiene una elevada estima de sí mismo. Tanta, me parece, que acaricia la megalomanía, en tanto padece una necesidad irrefrenable de parecer grandioso. Sobre el beis dijo alguna vez que había sido prospecto de grandes ligas. Me imagino que se refería a las Ligas Mayores de Béisbol en Estados Unidos (MLB). Aunque tal vez le parezcan grandes las ligas del sureste donde jugaba pelota Tsekub Baloyán, el legendario héroe de las historietas de "Chanoc".
Lo cierto es que cualquiera, con medianos conocimientos del béisbol, que lo vea fildear o batear se dará cuenta de que, si bien pelotero, no luce como prospecto de Grandes Ligas. Entusiasta eso sí ni hablar, no es poca cosa, siendo además Presidente.
La grandeza a la que aspira o cree disfrutar no es solamente beisbolera. En lo político ha declarado su intención de ser el mejor presidente que ha tenido México. Del tamaño de don Benito Juárez, Francisco I. Madero o Lázaro Cárdenas del Río (segundo apellido que siempre agrega, supongo, para no confundirse con Lázaro Cárdenas Batel). Siempre me extrañó que no mencionara con la misma enjundia a José María Morelos al lado de los otros tres próceres.
Morelos es el fundador de México, no tanto por haber estado en el centro del movimiento militar de independencia, sino por sus argumentos ideológicos, aun perdurables, a favor de la insurgencia: "La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad. La íntegra observación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos y el único fin de las asociaciones políticas", dice la Constitución de Apatzingán. Morelos, su promotor, es el padre fundador de México.
La aspiración de ser un don Benito Juárez II, Francisco I. Madero II o Lázaro Cárdenas II es un desplante de grandeza que no tiene sustento, particularmente por encontrarse AMLO apenas en el inicio de su gestión como presidente de México. Otras razones impiden siquiera la comparación con estos tres pilares de la República.
No puede compararse con don Benito Juárez porque además de vivir en épocas tan distintas, el presidente oaxaqueño fue ante todo un apasionado de la ley, creador y defensor de las instituciones, entre ellas señaladamente la separación Iglesia-Estado, instituciones que no son santo de la devoción del presidente en funciones. Mientras don Benito construía instituciones, AMLO piensa que la ley estorba a la justicia y pretende socavar algunas instituciones del País.
Juárez se rodeó de lo mejor que había en el mundo liberal de aquel momento, sin importar lealtades personales o disciplina partidista. AMLO, salvo contadas excepciones, está rodeado de personajes impresentables cuyos méritos son ante todo la fidelidad ciega al caudillo. Sus mejores cartas no están en el gabinete presidencial. Urzúa, uno de los buenos, ya se fue. Por si eso no fuera suficiente, mientras el presidente Juárez tuvo el apoyo de Abraham Lincoln, a AMLO le tocó Trump, a quien se dirige comedidamente como su amigo.
El Presidente tampoco puede equipararse con Madero o Cárdenas pues la historia se lo impide. No es comparable abanderar la Revolución Mexicana con abanderar la 4T, no es equiparable decretar la expropiación petrolera de las compañías extranjeras con la cancelación del aeropuerto de Texcoco. Madero y Cárdenas jugaron ya su papel en la historia patria y AMLO apenas aparece en el reparto. Apenas inicia su función. Más que la grandeza de AMLO, lo que interesa es la salvación de la República.