Chaoskampf, en la teoría del contrato social (Parte II)

Politicón
/ 22 diciembre 2019

En la primera parte de este texto me referí al chaoskampf y su inicial referencia a un “vació sin forma”. Una adicional interpretación del caos como “desorganización” y “desdiferenciación” que nos brinda la posibilidad de incluir otro tipo de relatos, que tengan la misma estructura. Lo que interesa es observar cómo es que ocurre aquella oscilación entre la situación inicial “indiferenciada” y cómo es que esa ausencia de forma permite, luego, que emerjan todo tipo de formas –al menos durante un tiempo lo suficientemente largo como para llegar a considerarlas “reales” –.

El ejercicio de encontrar equivalentes al chaoskampf no se limita únicamente a la teoría social; sino que, obviando el problema lógico que supone la creación ex nihilo, podemos continuar el análisis del caos desde una concepción más moderna. La ontología del caos la encontramos en la estructura del discurso de la ciencia, por ejemplo, en la teoría clásica del Big Bang:

(1) De una singularidad cuántica, indiferenciada; (2) tras una explosión, más un proceso inflacionario, emergieron el tiempo y el espacio; (3) luego de millones de años y la interacción de distintas fuerzas se formaron estrellas, galaxias, planetas; (4) en las primeras estrellas se crearon los elementos primordiales, la base química y orgánica que conocemos; (5) en algún momento el universo volverá a colapsar en una singularidad indiferenciada (Big Crunch), o bien, el universo continuará expandiéndose hasta enfriarse completamente (muere térmica).

La hipótesis de la muerte térmica implica que llegará un momento en que la energía de todas las estrellas se agote y los átomos se colapsen debido al debilitamiento de las fuerzas fundamentales. El universo quedará sin vida, sin luz, sin forma alguna que pueda ser distinguida en la oscuridad total.

Esta idea fue propuesta inicialmente por Lord Kelvin (1851) y desarrollada, después, por Hermann von Helmholtz (1865). Podríamos llamarle ciclo de la vida, pero la ciencia acuñó un término más exacto: entropía, procedente del griego que significa evolución o transformación.

En la década de 1850, Rudolf Clausius estableció el concepto de sistema termodinámico, postulando la tesis de que en cualquier proceso irreversible una pequeña cantidad de energía térmica era disipada gradualmente, a través de la frontera del sistema.

Así como la energía no se crea ni se destruye, la entropía se crea, pero no puede destruirse: la entropía siempre aumenta. Por su parte, Ludwig Boltzmann en 1877 consiguió expresarla matemáticamente desde el punto de vista de la probabilidad.

Esto marca una dirección, una flecha del tiempo a la evolución del mundo físico; dando una respuesta a la pregunta: ¿Por qué en la naturaleza las cosas suceden de una manera y no de otra manera? Una copa de vaso de cristal que cae al suelo se romperá, pero nunca sucederá que lanzando trozos de cristal al suelo se forme una copa.

En su momento, Alexander Adell preguntó a Multivac: “¿Cómo puede disminuirse masivamente la cantidad neta de entropía del universo?”. Y la respuesta fue: “Datos insuficientes para respuesta esclarecedora”. Paradójicamente cuando AC aprendió cómo revertir la dirección de la entropía, ya no quedaba ningún ser humano a quien dar respuesta a la última pregunta: “No había materia. La respuesta –por demostración– se ocuparía de eso también. […] La conciencia de AC abarcó todo lo que alguna vez había sido un universo y pensó en lo que en ese momento era el caos. AC dijo: ‘¡Hágase la luz!’ Y la luz se hizo...”.

La única manera que encontró Isaac Asimov de revertir la entropía fue trazar, nuevamente, una distinción en el caos de lo indiferenciado.

Cada sistema se encuentra en interacción con el entorno, el interior conecta con el exterior. No somos seres aislados, pero es necesario trazar distinciones para que la realidad que conocemos se manifieste como tal.

Caos y evolución son compañeras inseparables, explica Ilya Prigogine, mediante la Teoría del Caos. La idea del efecto mariposa muestra cómo la acumulación de desorden, causas en principio invisibles, se manifiestan como un orden nuevo y diferente; cuando la acumulación de rencores o envidias producen una ira devastadora, generando un potencial de cambio.

Aun en la desorganización aparente, la sociedad moderna busca evitar la desdiferenciación. En Chile los muros gritan: “Estamos peor, pero estamos mejor. Porque antes estábamos bien, pero era mentira; ahora estamos mal, pero es verdad”.

En ese mismo país, Las Tesis alzan la voz y las mujeres del mundo hacen eco: “nuestro castigo es la violencia que no ves. […] Es feminicidio. […] Es la violación. Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”.

Desde Chile a Hong Kong y del Ángel de la Independencia al Palacio de Bellas Artes, el caos se apodera de la escena. Y Dewey no se cansa de recordarnos que: “El futuro es hoy, ¿oíste viejo?”.

 

El autor es investigador del Centro de Derechos Civiles  y Políticos de la Academia IDH

Este texto es parte  del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA  y la Academia IDH

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