Cosas saltillenses de ayer
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Parece importante no dejar que se pierdan esas cosas pequeñas de la vida cotidiana de los saltillenses de ayer. Los que mediamos el Siglo 20 hemos vivido vertiginosos cambios en la vida social y familiar, en la educación, las costumbres, quehaceres, modas, los estudios académicos, el transporte, las formas de comunicación y de entretenimiento... En suma, ayer conocimos una ciudad y hoy habitamos otra.
Ayer comprábamos jamoncillos a dos por cinco centavos en la tienda de don Simón o al vendedor ambulante en la calle. El tendero de la esquina nos daba “pilón” y el viejo de la danza y su horrible muñeca nos pegaban buenos sustos el 6 de agosto en el atrio de Catedral, en la fiesta del Santo Cristo en la Plaza de Armas, que culminaba con las enchiladas engullidas en algún puesto y los ojos azorados mirando las luces de la pólvora.
Ayer bajábamos, sin peligro y como bólidos, las empinadas calles de Saltillo en carritos de roles, jugábamos a Doña Blanca, Los listones,
La rueda de San Miguel, La víbora de la mar y La roña, o nos divertíamos con los “yaquis”, los palitos chinos, los yoyos, los trompos y las canicas. Ayer veíamos mil veces las mismas caricaturas de Mickey Mouse en cintas de 35 mm en aparatos domésticos, y los domingos en la tarde oíamos en la radio el programa de “Cri-Cri, el Grillo Cantor”. Poco después, tuvimos radios de transistores y tocadiscos de consola.
Ayer se usaba para lavar la ropa el jabón amarillo “Mariposa”, hervido en agua; se hacían las salsas en el molcajete y se espumaba con el molinillo el chocolate caliente de la mañana o el de la merienda en las tardes. Ayer, los soldados cantaban a voz en cuello: “A la virgen morena le pido que me cuide y me deje luchar…” mientras marchaban por las calles de Saltillo.
Ayer subíamos y bajábamos el muro del hemiciclo a Juárez en la Plaza de San Francisco y nos llevaban a la Plaza de Armas a oír las serenatas de la Banda del Estado mientras disfrutábamos un algodón de azúcar color de rosa salido de la magia de un palito que el dulcero movía y movía sobre un cazo de lámina galvanizada, y don Adrián Rodríguez repartía sus manifiestos seguido de una turba de chiquillos.
Ayer, el Hombre Mosca escaló la torre de Catedral y fuimos a Obreros del Progreso a ver las películas “Marcelino Pan y Vino” y “De los Apeninos a los Andes”, y disfrutamos del entrañable Cine Palacio con las innumerables cintas de los viernes populares y los domingos de estreno. Ayer gozamos la videocasetera de la casa y las películas que veíamos una y otra vez proyectadas en nuestro aparato de televisión. Ayer comprábamos estampillas y depositábamos nuestras cartas en las oficinas de Correos y telegramas en la de Telégrafos.
Ayer usábamos suéteres de “banlon”, tecleábamos en máquinas de escribir Remington y oíamos y grabábamos música en casetera. Íbamos a tomar refrescos al restaurante del Hotel San Luis, a La Guacamaya y al Café Arcasa. Asistíamos a todos los desfiles chuscos y los entierros del mal humor de los estudiantes, y a los juegos de básquetbol en el gimnasio de la Acuña y los reñidos encuentros de americano entre los Daneses del Ateneo y los Buitres de la Narro, en el Estadio Saltillo, frente a la Alameda.
Ayer nos movíamos en los camiones Cinsa y Obregón-Ateneo, y para ir a Monterrey abordábamos un camión de los Monterrey-Saltillo en la terminal de Padre Flores y Abott, o una unidad de Autobuses Anáhuac, en Presidente Cárdenas e Hidalgo, para viajar a la Ciudad de México, o viajábamos en el Regiomontano. Ayer fueron los guateques, los bailes rancheros en la Acuña, los bailes del Casino y los de graduación en las terrazas del Ateneo. Hoy somos adultos mayores que en el pasado les compramos patinetas, Nintendo y Atari a nuestros hijos y ahora les pedimos a nuestros nietos que nos enseñen a usar un smartphone.