Ecos del Tianguis Turístico

Politicón
/ 15 abril 2019
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En días pasados concluyó una edición más de la feria turística más importante del país (y, de hecho, de América Latina), por lo que parece pertinente hacer un balance de los resultados preliminares de este Tianguis Turístico.

Una primera reflexión obligada es sobre la naturaleza misma del Tianguis. Originalmente —1976— el propósito del evento consistía en propiciar las negociaciones comerciales entre compradores internacionales (mayoristas o tour operadores) que suscribían contratos con oferentes nacionales (básicamente hoteles y líneas aéreas), acorde con un modelo de comercialización propio de la época y en el que, posteriormente, se integraban productos —paquetes— que llegaban al consumidor final a través de una amplia red de agencias de viajes minoristas. Acorde con la construcción del imaginario turístico del país vigente en la época, la dinámica comercial era acompañada de un ambiente marcadamente festivo.

A finales de la década de los 80, se inició un proceso orientado a procurar un entorno más profesional, en el que se diseñó y operó un sistema de citas prestablecidas entre compradores y vendedores que, más o menos, se mantiene. 

No obstante, poco a poco, y al paso de los años se produjeron de manera no planificada dos ajustes sustantivos que fueron la semilla de lo que el Tianguis es actualmente: por un lado, la aparición y crecimiento sostenido en la participación de compradores nacionales y, por otro lado, un mayor protagonismo de las entidades federativas en el área de exposición, bajo la premisa de acompañar a los distintos perfiles de empresas operando en su territorio, aunque también como una oportunidad de auto-justificación política por parte de los titulares de las dependencias estatales de turismo.

Ciertamente, la magnitud del evento convirtió al Tianguis no solo en un punto de encuentro anual de la industria turística, sino también en una buena oportunidad para dar visibilidad al turismo en la agenda mediática y política
 que, con frecuencia, trasladaban el componente comercial a un segundo plano.

La audacia de Gloria Guevara, secretaría de Turismo al final del mandato del presidente Calderón, sacudió al Tianguis al sacarlo de Acapulco y llevarlo a otros escenarios: Puebla, Vallarta, Cancún, Guadalajara, Mazatlán y próximamente Mérida, en lo que parece un saludable ejercicio de competencia a pesar de que se haya encontrado la salomónica decisión de variar la sede: un año en Acapulco y en años alternos en otros sitios.

Hoy el Tianguis ha acuñado su propia identidad
 lo que no quiere decir que no debiera ser objeto de una profunda revisión y evaluación, habida cuenta de la importancia de la inversión pública que se ejerce para su realización —ciertamente, en su mayoría procedente de presupuestos estatales—; es un hecho que el mercado turístico es profundamente diferente al que estaba vigente hace 44 años, pues la distribución tiene, actualmente, un enorme componente digital y el consumidor final además de ser diametralmente diferente, no ha dejado de empoderarse gracias a las capacidades que le ofrece la tecnología. 

El tianguis no es más el espacio para la comercialización internacional de los productos turísticos mexicanos, pues cerca de 80 por ciento de los compradores son nacionales y, por otra parte, los asistentes acuden a la feria con múltiples propósitos que rebasan el cierre de contratos. 

Estas aseveraciones no pretenden ser un juicio sumario, pero si se alinean en la necesidad de convocar a una amplia discusión del papel que desempeña el Tianguis Turístico en la política turística nacional, para entrar en una fase de modernización del evento –si fuera el caso–, orientada por la claridad de lo que se pretende, reconociendo las asimetrías en los jugadores de la industria –93 por ciento de las empresas del sector tienen menos de 10 empleados– y sin dejar de tomar en cuenta el escenario de escasez de recursos que se anticipa para la promoción turística del País.

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