El desprecio
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Todo lo hicieron mal. Hay tantos agravios en el quehacer presidencial de las últimas 48 horas, que todos los diarios están plagados de columnas dedicadas a la vergüenza de ser Enrique Peña Nieto.
Tantos errores: la comunicación de Presidencia para anunciar el encuentro con el candidato Donald Trump, primero lo tuitea el republicano, por lo que el gobierno mexicano tuvo que recular una decisión de no verlo; la lectura de los medios estadounidenses acerca del uso político de Trump a la invitación presidencial; la postura tibia del Ejecutivo ante los insultos, ante el muro, ante un hombre que lleva un año denigrando a México.
Los tuits postencuentro señalando palabras que no pudieron ser pronunciadas en un discurso; los mensajes de Hillary Clinton, la candidata demócrata, exponiendo la decisión más torpe del sexenio peñista y sutilmente rescatando un honor perdido; el discurso nocturno de Trump en Arizona; las voces de decenas de intelectuales señalando lo que era un callejón sin salida, lo repitieron hasta el cansancio.
En fin, “estamos frente a un acto consumado sobre el que es imposible proceder en ningún sentido”. No había forma de que el gobierno mexicano saliera bien librado de ésta.
Seguramente habrá decenas de párrafos dedicados a explicar de manera más detallada estos agravios; los internacionalistas, los politólogos, incluso los economistas harán el balance correspondiente en cada área.
Lo que yo quiero recalcar es el desprecio al periodismo mexicano. Está bien documentado que las únicas conferencias de prensa que ofrece el Presidente son en el extranjero, los periodistas con pasaporte y visa son los únicos que a miles de kilómetros de su redacción pueden hacerle una pregunta al Presidente. ¿Por qué? Pues porque el Ejecutivo “ya sabe que no aplauden” y como para qué se va a exponer.
Tal vez lo más emocionante de la visita de Trump, desde el punto de vista periodístico, era la oportunidad de poder cuestionar al Presidente, en Los Pinos. Sinceramente, era un trámite relativamente fácil. Tenía junto a sí al enemigo público número uno de la identidad mexicana, las preguntas iban a estar enfocadas a cuestiones que no generaban ninguna polémica, se le preguntaría de la necesidad de un muro, si el gobierno mexicano lo iba a pagar, qué pensaba de los insultos hacia los migrantes mexicanos, tal vez del TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), pero en general, cualquier mexicano podía atender esas preguntas y decir, sin mucho qué extenderse, lo lógico: “No se construirá un muro”, “México no pagará ningún muro”, “Exijo una disculpa pública ante las ofensas expresadas en meses pasados”, “El TLCAN ha sido un instrumento económico necesario y provechoso para todos”. Nada más.
En cambio, no hubo respuestas ni hubo preguntas –para los medios mexicanos–. Al terminar los discursos se permitió una pregunta, un periodista estadounidense cuestionó lo obvio: ¿cuál había sido el avance del muro? La respuesta de Trump fue: “no hemos discutido quién lo pagará”. Con Eduardo Sánchez, el vocero presidencial en primera fila, se despreció a la prensa mexicana, nadie tuvo la oportunidad de preguntar, en otras ocasiones se acotaban a tres por país (sucedió con la última visita del Presidente estadounidense Barack Obama), esta vez la labor periodística quedó reducida a atestiguar el ridículo.
La tradición del silencio sigue, Presidencia desaprovechó una oportunidad para que la prensa nacional sacara temas que tal vez la diplomacia no permitía exponer en un discurso pero que ante una pregunta crítica el Ejecutivo debía responder. No, para qué, al fin que la prensa casi no cuenta las cosas buenas “que cuentan mucho”.
Hoy por la noche el presidente Enrique Peña Nieto presenta su Cuarto Informe de Gobierno, con el que estrena formato. Habría que decirle que, por lo menos el prólogo, ha sido un desastre. Ayer fue la noche triste de Enrique, hoy podría ser su peor cruda.
@jrisco