El NO que mató a Rosita Alvírez
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El 2017 fue el año del feminismo. Según el diccionario Merriam-Webster on line, la palabra “feminismo” fue la más buscada durante el año. Entre otras actividades, hubo marchas por todo el mundo en defensa de los derechos de las mujeres, premiaron series de televisión con trama feminista e iniciaron campañas contra el acoso sexual. Sin embargo, la noticia mediática de las últimas semanas ha sido el debate en torno al feminismo, el acoso y la libertad sexual tras la publicación del manifiesto de algunas artistas e intelectuales francesas que defienden la “libertad de importunar”, frente a la campaña #metoo, de las compañeras estadounidenses, a la que tildan de “puritanismo sexual”. El manifiesto publicado por las francesas despertó el interés y la aceptación de algunas personas, pero también la indignación de otras. En sociedades en la que un médico se aprovecha de su posición y con toda libertad abusa sexualmente de más de 150 mujeres estudiantes (Larry Nassar, en la Universidad de Michigan) o en un país como México, donde no importan las pruebas objetivas que acreditan el abuso sexual, sino acreditar la intención lasciva o de placer sexual de quien abusa (Los Porkys), este manifiesto, desde mi perspectiva, sólo puede generar preocupación. Es cierto que el coqueteo insistente o torpe no es un delito, pero también es cierto que, sin consentimiento la insistencia, además de innecesaria, se convierte en presión incómoda y acoso. A decir verdad, no encuentro confusión entre el “sí” y el “no”. El problema no es que los varones no entiendan cuando las mujeres dicen NO. El problema es que a los varones (y a las mujeres) se les ha enseñado que pueden o deben, en el mejor de los casos, convencerlas a que accedan y en el peor, obligarlas a que accedan. Porque a las mujeres “no hay que comprenderlas, solamente amarlas”. Si la respuesta ante una proposición sexual es negativa, ¿cuál es la razón para insistir? ¿Por qué la necesidad de demostrar el poder y el privilegio de la masculinidad hegemónica de disponer de cuerpos independientemente de la voluntad y el consentimiento? Hablar del derecho a la libertad de importunar y de permitir o incluso alentar la seducción insistente, por no considerarla delito, significa discutir desde una perspectiva androcéntrica el tema de la sexualidad. El deseo masculino se convierte en la referencia autocircular, que pone en el centro del debate el interés y los deseos solamente de quien importuna y no de quien es importunado. En la seducción insistente se esconde la creencia de los varones de que su libertad de importunar es más importante que la libertad de quien importunan. Lo que claramente ejemplifica relaciones desiguales de poder y se suaviza la violencia machista, porque seducir insistentemente, al igual que “robar un beso” son dos de las formas más sutiles de demostrar poder físico y simbólico. Nada más y nada menos que al estilo de Hipólito con Rosita Alvirez, en ese corrido famoso del “Piporro”, en el que Hipólito fue rechazado no una, sino dos veces. ¿Qué no era obvio que Rosita no quería bailar con él? El problema fue que Hipólito no pudo con la presión social, pues temía que la gente lo fuera a notar, sacó su pistola y la mató. Sí, Rosita fue asesinada por Hipólito, por no haber accedido a bailar con él. Cualquier parecido con la realidad NO es mera coincidencia. @palomaalugo Palomalugo17@gmail.com La autora es investigadora del Centro de Estudios Constitucionales Comparados de la Academia Interamericana de Derechos Humanos Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH