El placer, los gobiernos y las religiones
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¿Puede usted pronunciar 3,4 dihidroxifenilalanina? Está difícil, ¿verdad? 3, 4 di-hidro-xi-feni-la-la-nina. ¡Uf! Seguro que es de esas palabras que de tan complicadas se vuelven detestables. Pero su significado, seguro que lo va a adorar.
Ya notará usted que en estos días de guardar no hay mucha información como la que solemos compartir y comentar en este espacio. Aprovecho entonces el ocio y la oportunidad de reflexionar, para hablar de la 3,4 dihidroxifenilalanina.
Es una sustancia química producida por las células nerviosas del cerebro que envían una señal específica a todas las demás, la del placer. También se le conoce como dopamina, palabra más sencilla, seguramente más conocida y acaso más placentera.
Los científicos saben —de acuerdo con un reportaje que leí en BBC Mundo— que si aumenta la cantidad de dopamina producida por las células cerebrales es mayor el placer y que si la inhibes, dejas de sentirlo. Lo que aún es un misterio es por qué la liberación de dopamina produce placer.
A éste podemos definirlo como una sensación o sentimiento positivo, agradable o eufórico, que en su forma natural se manifiesta cuando un individuo consciente satisface plenamente alguna necesidad: bebida, comida, descanso, diversión, conocimientos o cultura. La naturaleza suele asociar la sensación de placer con algún beneficio para la especie y la Filosofía lo clasifica entre los tipos posibles de felicidad.
Hay placeres obvios como el de la buena música, el vino o la comida. Otros extraordinarios, como el sexo. Y muchos más de plano proscritos como el que desatan las drogas y otras sustancias que activan los circuitos del placer. Eso explica las adicciones que, a la larga, acaban por destruirte y se convierten en el argumento perfecto para inhibir todo lo que tenga que ver con el placer.
Cabe en esta disquisición el mito griego de Narciso, un joven tan hermoso que no había doncella que de él no se enamorara. Pero él las rechazaba. Entre otras la ninfa Eco, quien había disgustado a la diosa Hera, por lo que la condenó a repetir las últimas palabras de todo aquello que se le dijera. Por tanto, era incapaz de hablarle a Narciso de su amor, pero un día, cuando él estaba caminando por el bosque y se apartó de sus compañeros, escuchó algunos ruidos y preguntó “¿Hay alguien aquí?” Eco respondió: “Aquí, aquí”. Incapaz de verla oculta entre los árboles, Narciso le gritó: “¡Ven!”. Eco dijo “Ven, Ven” y salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Pero Narciso, cruelmente, se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que sólo quedó su voz. Supo de ello Némesis, la diosa de la venganza quien para castigar a Narciso por su engreimiento, hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. En una de tantas contemplaciones, incapaz de apartarse de su imagen, Narciso acabó arrojándose a las aguas.
¿Cuál sería el punto medio, el que te permita disfrutar sin destruirte, si asumimos que con la dopamina o la 3,4 dihidroxifenilalanina, el placer está inscrito en la bioquímica de nuestro cerebro?
La felicidad para Freud está en lo que a su juicio son las dos grandes finalidades del hombre: evitar el dolor y experimentar intensas sensaciones placenteras. El placer, por lo tanto, es parte fundamental de la felicidad, a la que todos aspiramos. Pero la civilización misma se ha enfocado al parecer, a limitarlo lo más posible.
La comprensión del Universo nos ha herido, ha golpeado nuestra autoestima. El psicoanálisis habla de tres heridas narcisistas: la que infligió Copérnico al demostrar que nuestra tierra no era el centro de ese Universo; la que nos hizo Darwing al concluir que no veníamos de Dios sino del mono; y la que nos acomodó Freud al demostrar que no somos completamente dueños de nuestros actos pues muchos provienen del inconsciente.
Acaso todo esto explique la tenacidad con que nuestras formas de organización política y social, así como las religiones, han hecho de la contención del placer (y por tanto de la felicidad), una de sus principales misiones.
A gobiernos y religiones les preocupan mucho nuestros placeres porque son los que rigen nuestra conducta y son muy fuertes, lo que representa para esas instituciones una amenaza, ya que las cosas que son altamente placenteras pueden alterar el orden establecido.
Ahora entiendo el revuelo que causó hace unos años ese político mexicano, tan querido como odiado, que planteaba como uno de sus objetivos de gobierno la felicidad, hermana de la esperanza.
t@RaulRodriguezC
rrodriguezangular@hotmail.com