Extraño misterio, el poder de la esperanza
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La pandemia nos está ayudando a comprender que es más noticia que las personas protegen y cuidan a sus semejantes, la enfermedad, irónicamente, ha venido a revivir las virtudes
Al detenerse el mundo, finalmente, nos hemos dado cuenta que somos frágiles, enfermizos y mortales; el frenazo también nos ha permitido aprender a practicar la paciencia para descubrir el poder de la sutil esperanza, virtud erosionada por habernos creído inmortales.
Bien lo dice el papa Francisco: “no es verdad que ‘mientras hay vida hay esperanza’, como se suele decir. Es más bien al contrario: es la esperanza la que mantiene en pie a la vida, la protege, la custodia y la hace crecer. Si los hombres no hubiesen cultivado nunca la esperanza, si no se hubiesen aferrado a esta virtud, no hubiesen salido jamás de las cavernas y no hubieran dejado huella en la historia del mundo”.
El filósofo Charles Péguy, el poeta de la esperanza, lo deja claro: “Dios no se sorprende tanto por la fe de los seres humanos, ni siquiera por su caridad; sino que lo que realmente le llena de maravilla y le conmueve es la esperanza”.
¿DÓNDE ESTÁ LA ESPERANZA?
Vivíamos en una especie de sumisa sensatez que, de alguna manera, desembocó en una enfermedad global que, como lo comenta Martín Descalzo, no sólo radica en el deterioro de la fe del ser humano o en la crisis de virtudes por la cual atraviesa, sino, más bien, tiene que ver con la agonizante esperanza, con la ausencia de ganas de vivir a plenitud la existencia y luchar por ideales excelsos, situación posiblemente provocada porque hemos interrumpido la búsqueda de lo mejor que podemos llegar a ser; por pensar que Dios no existe, que ha muerto.
El resplandor humano se ha erosionado por ausencia de esperanza, por indigencia de ánimo, por falta de combustible para construirnos mejores personas y un México más humano y justo.
TODO DA IGUAL
El abandono de la esperanza induce a las personas a vivir en la estancia de la mediocridad para luego entrar, de lleno, al mismísimo infierno del pesimismo, que abona los pensamientos de “todo es lo mismo”, “todo da igual”.
La desesperanza es la madre de la apatía, estado al cual se llega una vez que se pasa por el escepticismo (en ocasiones disfrazado de intelectualización) y que luego arrastra hacia la malsana resignación.
Cuando un corazón se enfría, hay carencia de proyectos, la persona se “desvitaliza”, se rompen los vínculos y encuentros con sus semejantes. En estos casos las consecuencias suelen manifestarse en fenómenos como la indiferencia, el desapego, la irresponsabilidad y la ausencia de compromiso. Entonces, la persona cae en el abismo del nihilismo, de la depresión. En el suicidio espiritual.
INIMAGINABLE
¿Y podría ser distinto? ¿Acaso no nos acostumbramos a las peores noticias: la violencia, la incapacidad del Gobierno para hacer efectivamente su labor, la inseguridad cotidiana, el terrible cáncer de la corrupción que carcome el alma y las familias de la mayoría de nuestros políticos y funcionarios públicos, las matanzas, las catástrofes naturales, las nuevas formas de terrorismo, y todos esos fenómenos que agresivamente intentan degradar nuestra condición humana?
Además, la infinita transferencia de datos, imágenes violentas y palabras sin sentido,
nos tiene atolondrados, aturdidos, contaminados. Precisamente desesperanzados.Y hoy, ante la Pandemia, hemos arribado a lo inimaginable.
¡MUERTO!
La insensatez permitió un influjo maligno: “haz lo que quieras para enriquecerte, goza desenfrenadamente, que ya en vida estas muerto, que nada tiene sentido, que somos seres intrascendentes. ¡Mira todo lo que sucede en torno tuyo, percátate de la miseria que llevas dentro! ¡Date cuenta que el único Dios que existe, es el inexistente, el que ha muerto para abandonarte a tu propia ventura!”.
Vaya enredo, pero es cierto: todos los días el mundo, con muchísimas expresiones, subliminalmente, ha depositado en nuestro inconsciente el macabro mensaje que Dios ha muerto, que ha sido “asesinado” por nosotros mismos. Que la vida no tiene sentido. Entonces, bajo esta creencia, ¿podrán existir razones para la esperanza y causas para la alegría? Irónicamente, hoy pareciera que sí.
¡DIOS HÁBLAME!
Recuerdo una singular historia que refiere a un hombre que susurró: “¡Dios, háblame! Y entonces el árbol cantó cuando el viento pasó. Pero el hombre no oía. Luego el hombre, habló más fuerte, pidiendo: ¡Dios, háblame!, y un rayo cruzó el inmenso cielo. Pero el hombre no oía. El hombre miró a su alrededor y dijo: ¡Dios, permite que te vea! Y una estrella se iluminó con gran resplandor, pero el hombre no la notó. Entonces el hombre gritó: ¡Dios, muéstrame un milagro! Y en ese minuto nació un bebé. Pero el hombre no lo supo. Luego el hombre pide a gritos, desesperado: ¡tócame Dios y hazme saber que estás aquí! Dicho esto, Dios bajó y tocó al hombre, pero el hombre espantó a la frágil y hermosa mariposa que volaba a su alrededor y continuó caminando, cabizbajo, sin haberse percatado que todo aquello que le rodeaba era producto de la presencia de Dios”. Efectivamente, ante todo este ruido hemos olvidado que
Dios está ahí, más vivo que nunca, en el silencio no buscado, en la serenidad voluntariamente renunciada.
EXISTEN PERSONAS
Estas gafas negras impiden ver la existencia de millones de personas que viven dando y dándose como es el caso de los héroes actuales: médicos, enfermeras y tantas otras personas que, por nuestro bien, no pueden quedarse en casa. Que ciertamente existen personas con el virus de las actitudes pesimistas, pero también infinidad de jóvenes que le sonríen a la vida emprendiendo, desde sus casas, grandes ideales. Que ante la tragedia emergen héroes exponiendo lo mejor de la condición humana.
Hoy nos damos cuenta que hay gente blindada en sus corazones, pero también –y son las más– personas que tienden la mano al necesitado. Que hay empresarios egoístas, pero muchos otros generosos. Qué hay cientos de incrédulos que pregonan el deceso de Dios, pero que también existen millones de personas que oran por ellos. Que hay sacerdotes infames, pero que son muchos, muchos más, los que llevan una vida santa.
La pandemia ha puesto al descubierto que tenemos mucho de Judas, pero también bastante de Cristo. Que algunos quitan, pero muchos más son los que generosamente comparten.
¡EN MARCHA!
En el mundo –y en particular en México– la pandemia ha evidenciado llagas abiertas, miserias, pero también personas que asumen su condición humana con dignidad. Sin vinagre. Mirando hacia las estrellas, y emprendiendo con las manos, sin casarse con el pesimismo, sacando el mayor provecho de eso que la vida les ha dado. Experimentando con los suyos la aventura y el misterio de la existencia.
La pandemia nos está obligando a apagar al botón de la televisión para encender los corazones; nos está ayudando a comprender que es más noticia las personas que protegen y cuidan a sus semejantes. La enfermedad, irónicamente, ha venido a revivir la esperanza.
Estos tiempos nos han empujado a reflexionar sobre nuestra temporalidad, pero también a sabernos eternos, y ante esta honda verdad, a comprender que vale la pena vivir, precisamente en el aislamiento, con el espíritu inundado de alegría, sabiendo que “la esperanza es el sueño del hombre despierto”.
Es preciso evitar el “suicidio espiritual”, dándole a la esperanza una oportunidad, recatándola de la indiferencia; hoy, más que nunca, estoy convencido de esta posibilidad, pues “la desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo”.
Estos tiempos sedientos de sentido nos invitan a revivir la conexión con el “Eterno”, y esto no se logra con el optimismo, sino con la esperanza, porque “antes de que nosotros tengamos esperanza en él, él siempre ha tenido esperanza en nosotros”.
Péguy también apunta: “Extraño poder de la esperanza, extraño misterio, no es una virtud como las otras, es una virtud contra las otras. Se enfrenta a todas las otras. Se adosa por así decir a las otras, a todas las otras”.
¡Extraño misterio es la esperanza y más extraña es la fuerza que nos brinda ahora que nos descubrimos totalmente frágiles, enfermizos, mortales y ansiosos de Dios!