¡Fuefo!

Politicón
/ 16 julio 2020

Inmóviles, en un silencio lleno de tensiones, los ocho hombres aguardaban, fusil en mano, ocultos tras las rocas o protegidos por los troncos de los enhiestos pinos.

Sólo se oía el viento, que agitaba las ramas suavemente, o el canto lejano de algún pájaro. De pronto rumor de voces confusas rompió la calma del bosque. Luego, cada vez más cercano, un tropel de pasos comenzó a escucharse. Ordenes, golpear de cascos de cabalgaduras, rodar de cañones. Y luego, a la vuelta de un recodo, apareció la columna de los soldados enemigos.

Iban despreocupados, como si nada pudiera amenazarlos. Muchos llevaban el fusil sobre la espalda, los brazos puestos sobre él como de regreso de una cacería. Otros silbaban o cantaban.

Así fueron avanzando, bajo la mirada de los ocho hombres que arriba de la barranca dominaban aquella encrucijada. Y de repente:

-¡Fuego!

Los ocho fusiles tronaron al unísono. Y luego otra vez, y otra. Sorprendidos, espantados, los soldados que iban por el camino no acertaban a protegerse. Ni siquiera atinaban a ver de dónde salían los disparos de sus atacantes.

Los oficiales dieron orden de cubrirse, pero no había lugar seguro que protegiera de la nutrida salva de fusilería que parecía multiplicarse desde todos lados. Confusos y dispersos, en fuga arrebatada muchos de los soldados, el corneta tocó orden de retirada. Entendienron quienes mandaban esa tropa que habían caído en una emboscada, y que la única forma de escapar de ella era la fuga.

Finalizaba el año de 1846. Después de tomar Matamoros y Monterrey, el ejército norteamericano que había invadido México avanzaba en varias columnas hacia nuestra ciudad.

En el cañón de San Pedro de la Sierra de Arteaga, una de esas columnas, formada por mil hombres, fue atacada y sorprendida por siete valientes al mando de un patriota. Su nombre: Francisco Recio.

Esos ocho coahuilenses heroicos infligieron una derrota a los norteamericanos de la que muy pocos saben. Les mataron diecinueve hombres, les hicieron once prisioneros cuya vida perdonaron luego, y a los demás los hicieron huir dejando abandonados bagajes muy valiosos.

Quienes en nuestra ciudad llevan el recio apellido Recio, tienen quizá entre sus antepasados a este héroe ignorado cuyo nombre debemos recordar.

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