Hace falta amor

Politicón
/ 17 febrero 2019

“Si pudiera infundir en la humanidad una sola virtud, sin duda sería el amor”.

Este Siglo 21 es uno lleno de paradojas y contradicciones: hemos logrado importantes avances en materia de derechos humanos, pero nos falta materializarlos para “resolver los conflictos que conviertan en realidad la paz y la fraternidad”.

La existencia de la humanidad en nuestro planeta puede considerarse apenas un pequeño punto en una línea del tiempo, y en ese instante de vida cósmica la convivencia entre las personas ha tenido diferentes rostros, expresiones, batallas y victorias.

Pareciera que en el trayecto hemos logrado avances significativos como sociedad. Pero también siempre vemos latente las sombras del pasado que se ciernen sobre nuestro futuro, amenazantes con revertir lo conquistado.

El amor aparece como una constante en todos los tiempos y ha sido objeto de múltiples estudios y análisis. Pero si despojáramos el significado del amor como sólo una relación material o física, para trasladarlo al “amor” como la no indiferencia del otro y traducirlo en “me importas”, lograríamos ver más allá del momento efímero o fugaz para convertirlo en eterno, en un continuo movimiento en que las personas nos ocupemos de los demás, de los otros, de todos.

“Este amor que puede llegar al sacrificio los veremos también en una visión de amor ilimitado a todos y todo, a las personas, un pueblo, la paz, la justicia, la sociedad, que son dignas de ser amadas y para lograr el respeto a su dignidad puede ser necesaria la muestra más grande de amor: entregar la vida por el ser amado”.

Si se tuviera que reconocer a quiénes han dado muestras de un amor de esa magnitud, tendríamos que aceptar que muchos de estos serían los defensores de derechos humanos. Pues en su expresión de redentor, mártir, activista o estudioso de los derechos humanos lamentablemente demasiados de ellos han perdido la vida.

Como lo señala la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos (ACNUDH), existen una variedad de contextos en que actúan los defensores. “Sin embargo, la mayoría de ellos comparte el compromiso de ayudar a los demás, un compromiso para con las normas internacionales de derechos humanos, una creencia en la igualdad y la no discriminación, una fuerte determinación y, en algunos casos, un enorme valor”.

No todas las acciones pro defensa de los derechos humanos conllevan graves riesgos, y la mayoría de las personas han realizado alguna acción que tenía por efecto proteger o promover los derechos humanos sin tener ningún riesgo en ello. Como por ejemplo “las personas que realizan una labor de educación de las comunidades en relación con el VIH/SIDA”: su función no es formalmente la defensa de los DD.HH., pero su actividad protege el derecho a la salud.

Lo que significa que casi todas las personas hemos sido defensores de los DD.HH. en algún momento. Y si lleváramos el sentimiento de amar a los demás en su más amplio sentido de fraternidad nos llevaría a “cuidar” de otros, a respetarlos, dignificar su existencia, apoyar y promover su vida libre de discriminación, violencia, con los elementos básicos de vivienda, alimentación, salud, etc… Y eso nos permitiría construir un mundo más justo, libre y solidario.

Si el amor fuera nuestra base de convivencia dejaríamos la indiferencia y no veríamos el dolor como ajeno; nos importarían las situaciones por las que se ven obligados a migrar y refugiarse en otros lugares las personas; tendríamos compasión del menos favorecido, de quien vive en condiciones de vulnerabilidad; nos indignarían las atrocidades perpetradas contra un ser humano y levantaríamos nuestra voz para defender el respeto a la dignidad de cada uno de ellos.

Necesitamos más amor en su acepción de solidaridad. Más defensores de las personas, comprometidos con las causas de una convivencia armónica y pacífica. Que los lemas de libertad, igualdad y fraternidad se materialicen para cada ser humano de nuestro planeta. Mantener la fe en la humanidad, la esperanza de un mundo mejor y el amor para todas las personas.

yolandacortes@uadec.edu.mx

La autora es investigadora del Centro de Educación Jurídica de la Academia IDH

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

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