Historia de un ataúd

Politicón
/ 5 noviembre 2015
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Por estos días, hace justamente 56 años, el 20 de noviembre de 1959, el periódico “El Diario”, de don Benjamín Cabrera, publicó en su primera plana la siguiente nota:

“El Prof. Ismael Fuentes Ordenó su Ataúd. Lo Realiza el Gran Ebanista C. Hernández. Por Benjamín CABRERA Jr.

“En el medio artístico musical de Saltillo hay, entre muchos, dos eximios artistas que son ampliamente conocidos y estimados; grandes en su modestia y verdaderos devotos de su arte: El violinista don Ismael Fuentes, artista de abolengo, y don Canuto Hernández, el gran chelista que, además, es un gran artista de la ebanistería.

“Pues bien, el segundo de ellos, don Canuto, está por terminar un ataúd tallado primorosamente, que fue ordenado por don Ismael, porque quiere que ese féretro sea el que guarde sus despojos mortales cuando le llegue la hora de partir para siempre de este mundo.

“La noticia se antoja increíble, pero ahí están los dos artistas para confirmarla”.

A la nota acompañaba una fotografía que mostraba a los dos personajes, don Ismael y don Canuto, posando ambos con señalado orgullo y ufanía, uno a cada lado del primoroso ataúd, labrado profusamente por el sabio ebanista e intérprete del chelo.

Recuerdo bien a don Ismael Fuentes. Lo estoy mirando, un sábado en la tarde, ensayar con la estudiantina del Ateneo Fuente en uno de los salones del plantel. Los muchachos tocan, todos, la guitarra; las muchachas se esfuerzan en descifrar los misterios del violín y de la mandolina.

Era de baja estatura don Ismael, y muy moreno. De natural afable, sonreía mucho. Cuando lo conocí ya era hombre mayor, o así me lo pareció. Actuaba con frecuencia en las veladas literario-musicales -así se decía- que en los mediados del pasado siglo había en Saltillo. Lo acompañaba al piano Toño Cuevas, o Jonás Yeverino Cárdenas, y tocaba casi siempre el tango “Celos”, o el caballito de batalla de los violinistas: “Czardas”. 

Don Ismael Fuentes Ramos nació en Aguanueva, cerca de Saltillo. Su padre, don Telésforo, era músico de profesión, y enseñó a su hijo el arte del violín. 19 años tenía el muchacho cuando lo oyó tocar Julián Carrillo, que vino acá en gira de conciertos. Tanto lo impresionó el talento de aquel joven que le ofreció a don Telésforo inscribir a su hijo en el Conservatorio Nacional de Música. El gobernador del Estado, Miguel Cárdenas, ofreció una beca, e Ismael partió a la Capital.

Destacó en el Conservatorio, buen alumno. Tenía en su casa un diploma firmado por don Porfirio Díaz, donde se acreditaba su calidad de estudiante aventajado. Llegó a formar parte de la Sinfónica Nacional; tocó en los mejores teatros de la gran ciudad.

Por circunstancias de la vida don Ismael Fuentes regresó a Saltillo. Casi todos los saltillenses regresamos a Saltillo; unos por circunstancias de la vida, otros por circunstancias de la muerte. Se hizo profesor de música. Formó estudiantinas -entonces aún no había rondallas- en el Ateneo, el Tecnológico y la Escuela Industrial Femenil.

Enseñaba a sus discípulos a tocar aquellos lánguidos valses mexicanos: “Recuerdo”, “Alejandra”, “Club Verde”, “Sobre las olas”, “Carmen”, “Julia”... Y tocaba don Ismael; tocaba siempre en las veladas literario-musicales, el tango “Celos” y las “Czardas” de Monti.

Mandó hacer él mismo su cajón, como antes dije. Era de caoba; mostraba sobre la tapa superior, grabada en altorrelieve, una lira. Lo tenía en su casa en espera de usarlo cuando llegara el día. Le llegó el día a don Ismael -a todos nos llegará- y fue a la tumba en su ataúd.

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