Jerusalén año 33, México 2016. El viacrucis mexicano

Politicón
/ 22 marzo 2016
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“La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito”.

La Semana Santa parte el primer cuarto del año y para una buena parte de los mexicanos es tiempo de compartir con la familia, de vacaciones o de vivenciar la religiosidad. Lo nuestro no es la espiritualidad, lo nuestro es la religiosidad popular. Nos llama, nos late, nos gusta, pinta de colores a las comunidades, se disfruta y se espera. Son las creencias y sus expresiones, es parte de la cultura. Es la religión del pueblo. En mucho la emoción, el sentimiento, el sentido de identidad y la esperanza de acercarse a un Dios que se ve lejano durante el año.

No tiene como escenario solamente las zonas marginadas, la periferia o el campo, abarca todos los sectores sociales, porque a muchos se nos complica la Teología y la reflexión y nos gustan más los signos; porque en estos días son los signos los que buscan acogida en quienes celebran, de una forma o de otra, la fe. Muchas de estas tradiciones han sufrido grandes deformaciones porque se han vuelto simples y sencillas representaciones, desgastadas y cargadas de altos niveles de sincretismo y con muy poco sentido de compromiso -de compromiso de facto-, en este México lleno de injusticias y de situaciones que se siguen asemejando al camino que Jesús sigue rumbo a la cruz.

Así que una vez más, como cada año, se representa -y subrayo, se representa- el Viacrucis. Una de las prácticas más discutidas y hasta desacreditadas en ciertos ambientes religiosos. Los motivos son lo mecánico de la práctica, el estilo simplista, el tono sentimental y hasta algo superficial. Una puesta en escena sin compromiso, una rememoración del pasado que no aterriza en el presente, una representación que busca conectar con las fibras más íntimas de la persona, donde todos conocemos el final, la intención de conmover con expresiones poco creíbles y con actores neófitos que no transmiten mucho sobre el tema.

Finalmente, la parafernalia propia de aquellos tiempos: los romanos, los ancianos del Sanedrín, la comparecencia de Jesús ante Pilato y Herodes, la liberación de Barrabás, la negación de Pedro, las mujeres devotas que siguen a Jesús, las lloronas, la traición de los apóstoles, la fidelidad de Juan, María y Magdalena, en fin, lo que ya hemos visto una y otra vez. Un Viacrucis que en muchos de los casos, se queda ahí y no trasciende a lo social. Jesús padece, es condenado, lleva la cruz, sufre el dolor de la carne, es ultrajado, desnudado, clavado, abandonado y finalmente crucificado.

Impensable que alguno de los actores en el escenario cambie el guión y que en esta ocasión Jesús se arrepienta de cumplir con el proyecto que el Padre le ha encomendado, que los procuradores de justicia acudan al debido proceso, que el delincuente Barrabás en conciencia se sepa culpable y declare en favor de Jesús, que Pedro deje de ser el humano que es y mantenga fidelidad total al Maestro, a su amistad y a la elección de su persona a pesar de los pesares. 

Que no haya burlas, ni azotes o que todos se acomidan a ayudarle con la cruz. Que el morbo y el espectáculo que esto representaba, aunque Flavio Josefo, escritor de la época afirmara que ver crucificados en Judea era algo cotidiano, se convirtiera en defensa y compromiso de los espectadores. O bien, que los apóstoles en conjunto dieran una explicación del tenor del mensaje del acusado y se presentarán realmente como testigos, que eso significa la palabra “apóstol”; y que, valientemente, se declararan amigos y discípulos del Maestro, independientemente del riesgo  o las consecuencias que trajera el tema de la lealtad al mensaje y al mensajero.

No, no esperemos un desarrollo de la trama distinto, no habrá variaciones y todo será igual que el año pasado y así el próximo y por los siglos de los siglos. Además, como ya lo han expresado muchos autores, ese Cristo sangrante, sufrido, golpeado y humillado, a diferencia del resucitado, tiene más acogida -particularmente en la sociedad mexicana- porque se parece mucho a la evolución histórica y permanente de nuestro pueblo. Es una especie de reproducción necesaria con la que nos identificamos, como bien lo afirma Antonio Gramsci. Lo cierto es que cambios, no habrá.

Aquí la pregunta es: ¿Cuál es la relación que tiene éste Viacrucis histórico con el viacrucis que padecen muchos de nuestros compatriotas en el momento? ¿Cómo podemos pasar de ser espectadores de lo que ocurre en una realidad nacional, plagada de inconsistencias y sufrimientos, a ser protagonistas activos de la disminución de los mismos?¿Cuál es mi responsabilidad en este momento en una sociedad donde la injusticia, la desigualdad, la impartición de la justicia, la corrupción, la impunidad y la pobreza siguen generando dolorosos calvarios? ¿Qué tiene que ver Cristo con la pasión de más de 55.3 millones de mexicanos? ¿Qué tengo que ver yo?¿Cómo podemos pasar del ejercicio piadoso al compromiso con tantos mexicanos que padecen cualquier tipo de situación social que atenta contra su dignidad? ¿Cómo sacar de la iglesia, capilla, culto o servicio religioso el tema de la fe y llevarlo a la vida?¿Cómo pasar de la devoción a la participación?

El camino de la cruz –vía crucis – se reconoce en la realidad que nos circunda, no en el resguardo de nuestra zona de confort. En el deber ser de promover la justicia, la solidaridad, la dignidad. Nos lo reclaman una buena cantidad de connacionales y de centroamericanos que buscan cruzar la frontera norte a cada minuto; en muchos que no tienen educación; en la falta de una vivienda digna; en enfermos que carecen de salud pública; en una buena parte de la población que no tiene un buen trabajo, o en muchos desempleados y otros compatriotas a los que no les alcanza el salario. En muchos jóvenes que han perdido la esperanza, en ancianos que viven en el abandono, en pensionados a los que no les alcanza el subsidio ni siquiera para la canasta básica, en los desaparecidos y deudos que viven un verdadero calvario, en las madres solteras, en nuestros hermanos indígenas que carecen de lo básico, en personas diferentes a los que nadie atiende, en personas homosexuales que siguen siendo discriminadas, en pueblos indios desplazados, en muchos niños y jóvenes víctimas de la pederastia. Esos son los nuevos viacrucis en los que debiéramos detener la mirada y buscar cambiar en la medida de nuestras posibilidades. El viacrucis del 30 es un formato para ver las realidades actuales, dependiendo de los tiempos.

El divorcio entre la fe y la vida sigue siendo la práctica cotidiana, se sigue pensando que las realidades del entorno nada tienen que ver con la fe. No conectar lo que pasó hace más de 2 mil años con lo que hoy sigue ocurriendo, sigue retardando la cita con el reino de justicia, de paz y de verdad que tenemos y debemos de hacer posible los que continuamos creyendo en que Jesús ésta “en el forastero, en el sediento, en el enfermo, en el desnudo, en el hambriento”, que siguen siendo mayoría en nuestro País, y que son el rostro más nítido del actor principal del viacrucis.

Hay que dejar, por lo tanto, el resguardo, la zona de confort y la protección de una religiosidad que no compromete, que es emotiva y hasta sentimental. Una visión adecuada y comprometida de la fe en Jesús resucitado, vivo y presente en la historia, marcará la diferencia con lo que pasó aquel viernes por la tarde.

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