La educación y la pandemia
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El COVID-19 coronado de muertes, duelos, y tragedias ha destapado problemas muy significativos de la humanidad. Problemas ancestrales y modernos, que han estado sometidos a soluciones criminales s como las guerras, inhumanas como las diferentes esclavitudes con sus respectivas inhumanas justificaciones (cadenas y/o salarios miserables y/o jornadas de 20 horas durante 10 días). Problemas estructurales de insalubridad, alimentación enfermiza (eufemísticamente llamada ‘chatarra’). Cultura ignorante y criminal de la ecología que nos da el oxígeno, la energía y la fraternidad.
Uno de los problemas soslayados y resueltos en forma mediocre, a pesar de ser fundamental para el tan deseado desarrollo del ser humano y de su sociedad, es el problema de educar a la persona en sus diferentes edades, circunstancias, responsabilidades y situaciones.
La guerra contra la pandemia global ha colocado al ser humano en la condición inapelable de confinamiento. Una condición que ha provocado soluciones muy diferentes a las tradicionales, rutinarias, programadas por la condición de libre tránsito.
En el contexto de no-confinamiento los supuestos autores del adoctrinamiento (llamado educación) eran los profesionales de la didáctica, el espacio educativo era el salón de clase y la escuela, el contenido educativo se reducía a las materias escolares y el tiempo dedicado a esa educación era el horario de clases. Los padres de los educandos por conveniencia o por negligencia estaban oficialmente excluidos del proceso meramente didáctico, aunque sutilmente se les hacía responsables del desarrollo del carácter humano-social.
El confinamiento ha convertido a los hogares en salones de clase, los padres de familia en maestros y a la cibertecnología en los educadores que transmiten lo que hay que aprender.
Esta situación escolar aceptada sin resistencias simplemente como un mal menor frente al mal mayor (la desaparición de la Secretaría de Educación Pública y el Sindicato de maestros con todos sus millones de profesores desempleados y la frustración de los padres de familia) si la educación hace que se acepte esta situación “mientras pasa la pandemia y todos seamos vacunados”.
Y mientras tanto en esta etapa de ‘paciente confinamiento’ se empiezan a destapar nuevos y viejos problemas soslayados del proceso educativo. Los nuevos son las protestas de que no saben cómo educar a sus hijos, como motivarlos a mantener una constancia y un placer en el aprendizaje, como incluir la tarea de forjar el carácter que busque la verdad, el talento y la cultura social.
El viejo problema que puede destapar (no sé cuándo), esta pandemia viral y transitoria, es el cuestionamiento de la educación y la cultura educativa que existía soslayado y latente desde muchas décadas anteriores a la erupción de la pandemia. Sería un resultado muy saludable que el confinamiento provocara la reflexión y búsqueda de respuestas en los hogares a las preguntas: ¿Qué es educar?,¿cómo estoy educando?, ¿qué resultados hemos tenido con la educación. ¿Qué hijos, qué ciudadanos, que espíritu los apasiona, como van evolucionando, estamos generando personas que serán mejores que nosotros?