La frágil paz de Sinaloa: una construcción colectiva
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Esta semana sucedieron cosas relevantes en materia de construcción de paz en Sinaloa. El jueves, Carlos Juárez, director del Instituto para la Paz y la Economía de Nueva York, capítulo México, presentó los resultados para Sinaloa del Índice de Paz 2018.
El Índice se compone de dos grandes áreas: la paz negativa y la paz positiva. Mientras que la “negativa” se entiende como la ausencia de violencia o miedo a la misma, la “positiva” se entiende como la capacidad de una sociedad para cubrir las necesidades de sus ciudadanos, disminuir los agravios que surjan y solucionar los demás desacuerdos sin usar la violencia.
En el primer apartado los resultados son prometedores. Primero porque por primera vez desde que se elabora este Índice, Sinaloa sale del sótano y se ubica en el lugar 22 de la tabla. El “salto” de cinco posiciones con respecto a 2017 se debe a que el estado fue uno de los tres del País que más mejoraron sus niveles de paz junto con Baja California Sur y Sonora en 2018.
El principal factor que abona en ese sentido es que entre 2015 y 2018 los homicidios dolosos se redujeron en 35 por ciento. La tasa sigue siendo alta, pero hay una tendencia sostenida a la baja que es válido reconocer y que además contrasta con la tendencia nacional a la alza con 14 por ciento para una tasa de 27 muertes por cada 100 mil habitantes.
Sin embargo, desde 2015 no hemos logrado grandes mejoras en nuestros niveles de paz absolutos. Estamos todavía muy lejos de Yucatán, el estado más pacífico del País, y nuestra mejora se explica más porque durante 2018 la paz en México se redujo en general en 4.9 por ciento. Es decir, la situación de paz en Sinaloa no se deteriora, mientras que en el resto del País sí.
En cuanto a la paz positiva, la construcción de paz se realiza a través de ocho pilares: bajos niveles de corrupción, distribución equitativa de los recursos, buen funcionamiento del gobierno, entorno empresarial sólido, altos niveles de capital humano, aceptación de los derechos de los demás, libre flujo de información y buenas relaciones con los vecinos.
En ellos, Sinaloa presenta avances y el índice atribuye parte de la mejoría general a la articulación interinstitucional de los esfuerzos en materia de seguridad y construcción de paz entre gobierno, sociedad civil, empresarios, academia y medios de comunicación.
En ese sentido, cada vez es más palpable la instalación de una conversación pública sobre el concepto de paz entre nosotros los sinaloenses. Por fin en Sinaloa hemos empezado a hablar en diversos espacios y foros sobre la “paz” como una construcción compleja y sistémica, y no sólo de seguridad, policías y militares. En consonancia, la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) realiza este fin de semana el Segundo Congreso Internacional para la Paz.
Con esto no quiero decir que estemos ya ante un viraje radical en la política pública de seguridad estatal. Es palpable la confianza que el gobernador Quirino Ordaz ha depositado en los militares para ejecutar su estrategia de seguridad. Sin embargo, sí empezamos a ver una dinámica más cotidiana de seguimiento y evaluación entre organizaciones de la sociedad civil, entes intermedios y corporaciones de seguridad del estado. Lo que sin duda es muy valioso y hay que fortalecer.
Sin embargo, quiero cerrar con la idea que el Dr. Everard Meade, líder del diplomado para la paz que lleva ya varias ediciones en Sinaloa, soltó en uno de los paneles del jueves: hay que reconocer las mejoras, pero esa paz que se ha empezado a construir es todavía muy frágil.
Una fragilidad que es una victoria porque existe y hay que cuidar. Pero no nos confiemos, Sinaloa sigue siendo un estado violento y no sabemos si mañana el cártel entrará en una nueva pugna interna que nos suma de nuevo en la zozobra y el miedo. Sigamos en el camino que hemos emprendido: la construcción lenta y necesaria de una nueva manera de hablar, estudiar y comprender nuestra realidad violenta. Porque sólo así podremos cambiarla.