La vacuna antifeminista

Politicón
/ 25 junio 2017

La frase “soy feminista” generalmente produce en quien la escucha o lee una alerta automática. Y es que la palabra feminismo ha pasado por ser desde el peor insulto que una persona puede recibir, al fenómeno más temido por la sociedad, hasta lo más parecido a un virus peligroso que nadie quiere contraer.

Ya sea que las personas se alejen, se pongan a la defensiva, 
comiencen con insultos o inclusive intenten protegerse contra aquel virus que pareciera ser “contagioso”, lo cierto es que la palabra feminismo (feminista y todas sus derivadas) asusta y provoca reacciones alérgicas.

Del feminismo se dice mucho, pero se sabe poco. Lo cierto es que nadie quiere ser feminista y en eso tienen razón. Nadie quiere serlo, nadie debería serlo. Lo ideal sería que no existiera un sistema que oprima y discrimine a las mujeres, pero existe.

Existe cuando sin razón justificada 7 de cada 10 mujeres sufren violencia por parte de un hombre que es su pareja o expareja; existe cuando según datos de la Organización Internacional del Trabajo, las mujeres perciben un 23 por ciento menos del salario que perciben los varones, al realizar el mismo trabajo.
Es decir, el feminismo es y sigue siendo necesario, porque el sistema que condena, discrimina y domina a las mujeres por el hecho de ser mujeres sigue existiendo. Ser feminista implica tener conciencia de estas desigualdades y comprender que aunque se ha avanzado, sigue existiendo una brecha de desigualdad entre mujeres y hombres que es responsabilidad de todas y todos.

El feminismo es, pues, una respuesta que combate la creencia de la superioridad masculina sobre la femenina y que ha sido trasladada a todo un sistema político, social, cultural y económico que determina las reglas de la sociedad. Que quede claro que el feminismo no es el enemigo. Y que quede más claro que todas y todos debemos gran parte de nuestras libertades al feminismo.

El acceso de las mujeres a la educación, a votar, a estudiar cualquier profesión, a practicar cualquier deporte o arte, a decidir cuándo iniciar una vida sexual activa, a utilizar métodos anticonceptivos, a decidir casarse o no hacerlo, al acceso de los hombres a licencias de paternidad, la posibilidad de compartir gastos y una larga lista que no termina aquí son sin duda derechos que aunque ahora veamos “normales”, mucho le han costado conquistar al feminismo y a sus alidadxs feministas.

Lamentablemente ese sistema que domina a las mujeres se encuentra tan normalizado, interiorizado e institucionalizado, que difícilmente lo podemos percibir y, por tanto, transformar. Cuántas veces hemos privado a los varones de expresar sus sentimientos porque “los niños no lloran”; cuántas veces hemos callado las voces de muchas mujeres que desean alzarla porque “calladitas se ven más bonitas”; cuántas veces hemos apoyado a la formación de varones autoritarios porque “los hombres deben ser los jefes del hogar”.

Pues bien, el feminismo pasa de todo eso. El feminismo va deshaciendo uno a uno esos mitos y creencias tan profundamente arraigadas y busca romper con aquellos estereotipos que etiquetan a hombres y mujeres asignándoles un lugar en la sociedad que probablemente no deseen y que nunca eligieron. Por eso el feminismo es tan impertinente y fastidioso, porque cuestiona el orden de las cosas e incomoda.

El feminismo no es una lucha de poder, no trata de creer ahora en una superioridad femenina por encima de la masculina, no pretende competir por el dominio y el poder. No es “como el machismo, pero al revés”. No es una lucha contra los hombres.
Es una lucha contra un sistema que no ha permitido el reconocimiento y valor de las mujeres como seres humanos únicos y diferentes en tanto semejantes a los hombres. Y en esa lucha van de la mano hombres y mujeres por la igualdad y la justicia.

Cuando Chimamanda Ngozi Adichie dice “todos deberíamos ser feministas”, no dice más que la verdad. El feminismo es, sin duda, la puerta a la libertad de todas y de todos. Si entendemos al feminismo como un discurso de igualdad, será más fácil aliarnos para combatir y transformar el sistema de dominación que impera.

Ahora bien, mientras no perdamos de vista el objetivo de conseguir la igualdad entre hombres y mujeres reconociendo la relación de subordinación existente y deconstruyendo las ideas y creencias que fortalecen dicha subordinación, da lo mismo denominarse feminista o no. A final de cuentas la vacuna antifeminista no producirá sus efectos.

@palomaalugo 

La autora es auxiliar de investigación de la Academia IDH. 

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

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