Las desgracias llegan en racimo
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Tres desgracias al hilo: la quema de Zapalinamé, la muerte de Sergio Pitol y el triunfo de “El Bronco”. Cada una con sus propias raíces y valores.
La Sierra de Zapalinamé es una zona protegida desde los años 90, pero mucho antes el general Lázaro Cárdenas al entregar la tierra a los ejidatarios beneficiados con parcelas encima y alrededor de esta montaña les advirtió que junto con el obsequio (que consideraba un acto de justicia) les pedía el compromiso de cuidar el bosque y de que, en caso de siniestro, se avocaran a combatir incendios.
Zapalinamé fue asediada durante siglos. El progreso de Zacatecas, que fue por unas décadas la ciudad más rica de la Nueva España, necesitaba madera para las cendradas y el beneficio de la plata. Acabaron con sus bosques casi de inmediato. Saltillo les quedó de perlas, pero estaba muy lejos como para llevar madera, entonces los saltillenses empezaron a producir carbón enloquecidamente. Hoy conocemos un lugar nombrado “La carbonera”, pero había entre 30 y 50 carboneras. A Saltillo llegaba dinero y enseres que acá eran casi imposibles de obtener: clavos, aldabas y llaves, herraduras, navajas, telas y cerámica, además de pescado seco, chocolate y piloncillo. Se estaban asediando pinos, encinos, palo blancos y huizaches. En 1777 un viajero escribió que no entendía por qué no se creaba un bosque artificial para las necesidades de Saltillo. No hicieron caso y el rescate tuvo que esperar 160 años. Hemos progresado, pero los incendios acaban con las sucesivas reforestaciones que tardaron medio siglo (no me refiero al fuego de esta semana). Sin Zapalinamé, Saltillo no tiene futuro.
Murió Sergio Pitol. Mucho se le ha elogiado en estos días por sus grandes novelas; prefiero mencionarlo como uno de los más grandes traductores de todos los tiempos. Cualquiera aprende hoy en día dos, tres o cuatro lenguas, pero difícilmente podría traducir de una sola de ellas con cierta elegancia, sabiduría y buen gusto. Pitol tradujo del polaco, húngaro, rumano, italiano, inglés, ruso, francés, chino, portugués y checo (al menos). Conocía las lenguas porque vivió en cada país y logró no sólo aprenderlas, sino profundizar en ellas de tal modo que captó sus sutilezas. Sus traducciones son muestra de una literatura genial: escogía a quién traducir. Alguien dijo que “Memorias de Adriano”, esa hermosa novela francesa, era más bella en español porque al traducirla Julio Cortázar, la mejoró. Esto parece exagerado, pero señala una verdad.
Cuando vino Pitol a Saltillo éramos pocos los que acudimos, eso lo recuerdo porque me dio vergüenza. Pitol habló de cómo escribió una novela, pero su relato sobre ese proceso era otra verdadera novela. No puedo olvidar que él estaba enfermo y que se le perdía su texto, por lo que debía irlo siguiendo con su dedo. Si levantaba la vista, al bajarla no atinaba a la línea y repetía un trozo; volvía al texto. Yo estaba frente a él y me conmovió su humildad y grandeza (aunque sea una paradoja). Hay que leerlo y releerlo.
La tercera desgracia (en una semana) es la siguiente: el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación volvió a las andadas. Dio pruebas de que trabaja para el PRI o para Enrique Peña Nieto cuando justificó las jornadas electorales del Estado de México y Coahuila, que estuvieron llenas de irregularidades. Y no digo que en Coahuila nada más el PRI hizo trampas porque el PAN las puso en práctica y el PRD también.
El pase que le dieron a Jaime Rodríguez, “El Bronco”, ha sido juzgado por todos (no conozco excepción) como la justificación de un delito público y demostrado por el Instituto Nacional Electoral. Este señor resucitó muertos, modificó credenciales, utilizó fotocopias y fabricó personas. ¡Es un delincuente que aspira a dirigir los destinos de la nación! No me privo de decir que Margarita Zavala, aunque en menor escala (el uno por ciento de lo del “Bronco”) también inventó apoyos. Es escandaloso el hecho y condenable con toda la fuerza de la razón.
Tres desgracias a las que podemos descontar una para que queden dos. En efecto, la muerte de Sergio Pitol no puede ser considerada desgracia puesto que estaba viejo y enfermo. Simplemente llegó su hora. Está tan vivo como lo ha estado desde hace 50 años y vivirá mucho.