Los resultados de la elección a través del cristal con que se miren
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En el transcurso de la semana pasada, nos vimos abrumados con datos y declaraciones sobre la reciente elección que se convirtieron en un ritual diario. Estos han pretendido orientar las decisiones de la ciudadanía en su juicio sobre quien gano y quien perdió las elecciones. De entrada, hubo información insuficiente, sesgada o de mala calidad en los datos, así como confusos y fragmentados, presentada por diferentes actores políticos, youtubers, columnistas o analistas políticos nacionales e internacionales. También con errores en su interpretación propiciados por la propia configuración de los espacios informativos, en los que también se difunde la más extravagante desinformación.
Todavía no se terminaba la votación y los partidos y los candidatos, sin tener en cuenta nuestro voto y la participación ciudadana, empezaron a manejar datos a su antojo, en proporción directa al tamaño de su ego. Pareciera como si declararse ganadores borrara la diferencia de votos, los errores de gobierno o si diera certeza política y económica.
Sabemos que los dos bandos participantes tienen visiones completamente disímbolas: continuar con el proyecto de nación o regresar al sistema anterior. Me pregunto si la pretensión de neutralidad con que se han presentado los datos no nos ha seducido con la idea de que son exactos y no hace falta conocer su contexto. Hay muchos sesgos inherentes a toda la producción, análisis y visualización de datos, pero el más perturbador de todos es el supuesto de que los datos son algo neutro, una especie de árbitros apolíticos de la verdad.
La oposición repitió, insistentemente, que perdió el Presidente porque su partido no sacó la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, pero antes tampoco la tenía, sino que la construyeron con los partidos aliados y ahora la pueden construir igual. Lo cierto es que Morena y sus aliados ganaron 12 de 15 gubernaturas, que sumadas a los seis estados que ya gobernaba, implica que ahora tiene 18 gobernadores y el PRI pierde ocho estados que gobernaba y no gana ni uno, manteniendo solamente cuatro. El PAN mantiene Chihuahua y gana en Querétaro, ubicándose como la segunda fuerza en los estados, pero de nueve gobernadores que tenía se quedará solo con siete. El PRD se mantendría, junto con Movimiento Ciudadano, como cuarta fuerza electoral en las entidades federativas. Morena obtiene 16.1 millones de votos en la elección federal, ganando 183 de 300 distritos.
En las 16 delegaciones de la ciudad de México, la alianza PRI-PAN-PRD se queda con nueve alcaldías y Morena-PT con siete.
Entonces, ¿quién ganó en general? Yo diría que ganó el pueblo de México. En primer lugar —aún con algunos inconvenientes—, la ciudadanía salió a votar y las elecciones fueron libres, sin la intervención del estado. Hubo mucha participación para ser una elección intermedia, con más del 52 por ciento, siendo las elecciones más grandes en la historia de México, con más de 93 millones de votantes para 21 mil puestos en los tres niveles de gobierno.
Ricardo Anaya, excandidato del PAN a la Presidencia de la República, no sólo no aceptó la derrota de su partido, sino que orgulloso declaró que “sí se puede derrotar a Morena”. Dice que son más los que no están de acuerdo con mucho de lo que está haciendo la llamada 4T y que quieren un cambio en el País. Alito Moreno y Marko Cortés, dirigentes del PRI y PAN, respectivamente, estuvieron diciendo que ganaron; sin embargo, el senador Gustavo Madero reconoció que perdieron porque la gente ya no cree en ellos y cuestiona que se den por triunfadores cuando perdieron por paliza. Porque son una fuerza acabada, desgastada que está destinada a desaparecer, que no tiene una propuesta política importante. “Estamos acabados”, enfatiza Gustavo Madero, que es de los más aguerridos militantes del PAN. El PRI de las 12 gubernaturas que tenía, mantiene solamente cuatro. El rechazo brutal al PRI fue por la percepción, ganada a pulso, de que se trata del partido más corrupto de México.
El reto ahora es que los perdedores acepten su derrota. Los que apoyan el proyecto en marcha tienen mayoría en el Congreso, por lo que se tendrá asegurado el presupuesto para continuar con los programas sociales para los más necesitados. La realidad es que la alianza Va por México —PRI-PAN-PRD— sólo buscó evitar que Morena tuviera mayoría en el Congreso, para tener control sobre el presupuesto y evitar las posibles iniciativas de cambio a la Constitución. Además, defendieron un programa político de un sólo punto: acabar como sea con la Cuarta Transformación, pretendiendo engañar con el mismo discurso cuando en treinta años de neoliberalismo no fueron capaces de construir un México más justo, enriqueciéndose y enriqueciendo a otros que —coludidos— aceptaron contratos amañados y sobornos. Ahora se horrorizarán ante la posibilidad de que la coalición gobernante con sus aliados, mantenga el control de las cámaras, lo que facilitaría hacer modificaciones a la Constitución y enjuiciar a Calderón y a Peña, entre otros funcionarios corruptos.
La derecha se está derrumbando.