Mirada celestial

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Tal parece que actualmente no comprendemos que la familia requiere tiempo de calidad, pero también de cantidad, de inversión abundante en horas, esfuerzo, dedicación y amor
Las personas formamos la sociedad, y las personas se forman en la familia, socialmente somos lo que nuestras familias son, pero ¿qué le sucede hoy a la familia?, ¿qué está pasando con la relación entre los padres y los hijos?, ¿qué realidades se viven en las relaciones maritales? Sólo basta mirar a la sociedad actual, a lo que acontece cotidianamente en México, para responder a estas interrogantes.
Qué entonces…
Tal vez, por la fragmentación del matrimonio y la familia, por haber tantos hijos huérfanos de padres vivos, o hijos que olvidan o desdeñan a sus padres, existen infinidad de personas que no se sienten amadas, que entonces tienden a extraviar sus razones de vida, que entonces recurren a formas de vivir superfluas y banales que con el tiempo las conducen a un gran vacío y soledad, que entonces son secuestradas por un mundo donde impera el temor, la desdicha, la desesperanza y desesperación.
Contradicciones
En este sentido, en raras contradicciones hoy caemos: pasamos la existencia luchando por el sustento de nuestra familia y en el proceso perdemos a la familia. Vivimos acumulando y acumulando pero de paso - por inconsciencia - perdemos la salud y luego, tardíamente, gastamos lo ahorrado tratando inútilmente de recuperarla.
Los padres, al estar tan ocupados, perdemos de óptica que los hijos aprenden más del testimonio que de las palabras pronunciadas, que el ejemplo en mucho será lo que a los hijos les servirá, algún día, como fuerza inspiradora para extender sus alas y emprender el vuelo en pos de sus sueños más excelsos. Y los hijos, por no sé cuáles razones olvidamos la gratitud y la honra que les debemos a nuestros padres, a nuestros ancestros, para luego darnos cuenta que comprender tarde es como jamás haber comprendido.
Por alguna razón, parece que no comprendemos que la familia – y lo más valioso de la vida - requiere tiempo de calidad, pero también de cantidad, de inversión abundante en horas, esfuerzo, dedicación y amor.
En la banca
En relación a este tema, comparto la siguiente historia de que tiempo atrás leí: “Un muchacho vivía sólo con su padre, ambos tenían una relación extraordinaria y muy especial. El joven pertenecía al equipo de fútbol americano de su colegio, usualmente no tenía la oportunidad de jugar. Sin embargo, su padre permanecía siempre en las gradas haciéndole compañía. El muchacho amaba el fútbol, no faltaba a una práctica ni a un juego, estaba decidido en dar lo mejor de sí, se sentía felizmente comprometido.
En secundaria, lo recordaron como el “calentador de bancos”, debido a que siempre permanecía en la banca. Su padre con su espíritu de luchador, siempre estaba en las gradas, dándole compañía, palabras de aliento y el mejor apoyo que hijo alguno podría esperar.
Permanencia…
Cuando comenzó la Universidad, intentó entrar al equipo de fútbol, todos estaban seguros que no lo lograría, pero se equivocaron, pues fue aceptado. El entrenador le dio la noticia, admitiendo que lo había hecho por su actitud, ya que en el proceso de selección, aún cuando no era bueno, fue ejemplo de entrega en cada una de las prácticas lo que proporcionó a los miembros del equipo el testimonio de un entusiasmo perfecto. Y el entrenador no se equivocó ya que, durante los 4 años de la universidad, el joven nunca faltó a los entrenamientos, ni a partido alguno, aún cuando durante todos los partidos permaneció en la banca.
La despedida
Era el final de la temporada y justo antes que comenzará el primer juego de las eliminatorias, el entrenador le entregó un telegrama. El joven lo tomó y luego de leerlo lo guardó en el silencio. Temblando le dijo al entrenador: Mi padre murió esta mañana: ¿No hay problema de que falte al juego hoy? El entrenador lo abrazó y diciéndole: “toma el resto de la semana libre, hijo. Y no te preocupes por venir el sábado al último partido de las eliminatorias”. El muchacho partió con los ojos abarrotados de lágrimas.
Llegó el sábado. El juego no estaba muy bien, en el tercer cuarto, cuando el equipo tenía 10 puntos de desventaja, el joven entró al vestidor, se colocó el uniforme y corrió hacia donde estaba el entrenador y su equipo, quienes se impresionaron de ver a su compañero luchador de regreso.
¿Cómo lo lograste?
“Entrenador por favor, permítame jugar... Yo tengo que jugar hoy” - suplicó el joven -. El entrenador pretendió no escucharle, de ninguna manera le podía permitir que su peor jugador entrara en el cierre de las eliminatorias. Pero el joven insistió tanto que finalmente el entrenador conmovido le dijo: “adelante, hijo, entra, el campo es todo tuyo”.
Minutos después el entrenador, el equipo y el público, no podían creer lo que estaban viendo: El pequeño desconocido, que nunca había participado en un juego, estaba haciendo todo perfectamente. Brillante. Nadie podía detenerlo en el campo, corría fácilmente, como una estrella. Su equipo comenzó a ganar, hasta que empató el juego. En los últimos segundos de cierre el muchacho interceptó un pase y atravesó todo el campo hasta ganar con un touchdown. La gente gritaba emocionada y su equipo lo llevó cargado por todo el campo.
Cuando todo terminó, el entrenador notó que el joven estaba sentado, en silencio, solo en una esquina; se acercó y le dijo: “Muchacho no puedo creerlo, estuviste fantástico, dime ¿cómo lo lograste?”
Gratitud eterna
El joven miró al entrenador y le dijo: “usted sabe que mi padre murió. ¿Pero sabía que mi padre era ciego?”. El joven hizo una pausa y tratando de sonreír agregó: “mi padre asistió a la mayoría de mis juegos, pero hoy era la primera vez que él podía verme jugar, y yo quise mostrarle que sí podía hacerlo. Hoy quise demostrarle mi gratitud por haber permanecido siempre conmigo”.
Ganar lo incomparable
En esta historia encontramos el amor de un padre y la gratitud de un hijo. De un padre que estando ciego siempre estuvo con su hijo, porque bien sabía que lo significativo era su presencia espiritual, la compañía del alma. Y esa presencia sembrada tarde a tarde, juego a juego, dio su fruto: un hermoso testimonio de gratitud, de comprensión, de valor.
El padre, sin duda, sacrificó juntas de trabajo o encuentros con amigos que luego, al paso de los años, ya ni se acordaría; o a la mejor, dejó de ganar algunos pesos, o de emprender negocios. Sin embargo, al estar con su hijo ganó lo incomparable, lo “incomprable”: ejemplo y gratitud eterna. Y su hijo tuvo para siempre tatuada en su alma la presencia de su padre.
Pausar la vida
No creo que las personas estemos tan atareados para obviar compartir tiempo abundante con la familia o con las personas que apreciamos y queremos; más bien pienso que, generalmente, lo que sobra es la desorganización, los pretextos y la incapacidad para priorizar.
Somos dueños del esfuerzo, jamás del fruto; de ahí que sería útil detenernos para evaluar la manera en que sembraremos diariamente nuestros afanes y preocupaciones, nuestras horas, nuestra existencia. Sería gravísimo que, al final del camino, descubriéramos que lo más valioso de la vida lo tuvimos siempre muy cerca y jamás nos dimos cuenta de ello, sería espinoso percatarnos que lo sembrado no fue siempre cuidado con esmero, respeto y cariño.
También sería conveniente que, en el horizonte de las infinitas situaciones humanas que nos acontecen aprendiéramos a descubrir la presencia de Dios, que aprendiéramos a ver en quienes conforman nuestra familia su amorosa mirada; que entendiéramos que no requerimos de tantas cosas materiales para vivir bien, que tomáramos conciencia que lo más valioso de la existencia todos los días nos está siendo regalado, precisamente en el seno familiar.
Conveniente sería saber que, cuando se siembra amor en el corazón de las personas que conforman la familia; que cuando una persona amada se adelanta en el camino, gracias a una alquimia divina, la gratitud terrenal se transforma en un sacramento, en una gracia que trasciende a la mismísima muerte. Se convierte en mirada celestial.
cgutierrez@itesm.mx
Tec de Monterrey Campus Saltillo
Programa Emprendedor