Mirador 22/01/20

COMPARTIR
TEMAS
Esta noche pago yo. Mañana pague el que quiera.
Así decía con ademán munífico mi amigo Jim O’Connor al terminar una de nuestras farras de canción y vino en cualquiera de las insignes cantinas de Saltillo: la de poético nombre, Lontananza, o la llamada El Águila Viva, porque una de esas rapaces vigilaba con mirada aquilina a la parroquia desde el marco del espejo de la barra.
Jim O’Connor, irlandés de origen, hablaba el español con el acento del Indio Bedoya, pues lo había aprendido viendo películas mexicanas en la televisión. Así, aunque me dijera: “Catoncito: eres el hermano que nunca tuve”, su voz sonaba ominosa, hosca. Cuando a Lupita Antúnez le dijo: “Te quiero”, la muchacha se asustó: por su tono amenazante le pareció que Jim había dejado la frase inconclusa.
Gracias a Jim O’Connor conocí a Walter Starkie, a Carson McCullers y a Nathanael West. Gracias a él supe que no es lo mismo “whisky” que “whiskie”. Él me enseñó que no existe la felicidad perpetua, pero que debemos disfrutar a plenitud los ratos felices que la vida nos ofrece.
También por Jim aprendí un brindis que en Irlanda se usa: “Ojalá llegues al Cielo una media hora antes de que el diablo sepa que te moriste”.
Amén.
¡Hasta mañana!...