Mirador 31/03/21
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El Cristo que en su iglesia tiene el padre Soárez suele de vez en cuando contarle un cuento. Sabe que los hombres nunca dejan de ser niños, y siempre necesitan cuentos.
-Éste era un espejo -le narró un día-, que se volvió como ustedes los humanos. Quiero decir que se hizo egoísta. Pensó que la luz que reflejaba le pertenecía, y no la reflejó ya más. En un tiempo aquel espejo difundía la luz: era un espejo bueno. Los niños jugaban con su resplandor; las muchachas contemplaban su belleza en él. Pero cuando el espejo se hizo malo ya nada reflejó, y fue tan sólo una superficie muerta.
-Así pasa -concluyó el Cristo-, con aquéllos que no reflejan en su prójimo el amor de Dios. De nada sirve tener fe si esa virtud no se difunde, convertida en obras de bondad, a los demás. Quien dice amar a Dios y no refleja ese amor en sus hermanos es como un espejo sin luz. También él es un mal espejo.
¡Hasta mañana!...