Moesco, UAdeC, del ciberactivismo a la disidencia en el mundo real

Politicón
/ 30 julio 2020

Decíamos que el poder civil se ejerce desde hace algunos pocos años en su modalidad cibernética, de forma virtual, a través de las redes sociales y hoy como nunca, gracias al COVID-19, a muy sanísima distancia.

Claro que los luchadores sociales de antaño vienen reprochando a la actual generación esta cómoda variante del activismo pues, de acuerdo con los veteranos de las conquistas civiles, si no se consigue saliendo a la calle, desgañitándose, exponiendo el cuerpo a los toletes y los gases del estado opresor, no hay cambio que valga. “¡Sin chingazos del granadero, el cambio no es verdadero!”, podría ser la consigna de dicha postura.

Pero el ciberactivismo no es del todo fatuo y a veces logra conquistas más ambiciosas que la disidencia presencial. No con un change.org, desde luego, pero sí por ejemplo desde una plataforma como WikiLeaks o incluso mediante un movimiento como Anonymous (aunque éste, de tan disperso y ubicuo, se desvirtúa casi al instante de sus pronunciamientos). Pese a todas sus deficiencias, estos frentes cibernéticos han puesto en jaque a diversas corporaciones y élites de poder, de formas en que la lucha a pie difícilmente podría igualar, de allí que algunas naciones los persigan como ciberterrorismo.

Sin embargo, no toda la gente tiene los conocimientos o los medios para “hackear” sistemas, filtrar documentos clasificados o poner a temblar a la nación más poderosa y decadente de la Tierra. Aun así, todos quieren sentir que transforman al mundo y que hacen su parte en los cambios que hoy escriben la Historia con mayúscula.

El grueso de la población, la masa, que al igual que en el mundo real también en el digital carece de habilidades especiales, criterio o sentido común, se percató de que su fortaleza es numérica. Tiene el poder, sí, el poder de “hacer bola”, por lo que su influencia en el mundo es destruir carreras o personalidades que no se ajusten a sus parámetros o que violen los códigos que derivan de los movimientos pilares de esta ciberrevolución social (le dejo que adivine cuáles son). El superpoder de la masa cibernáutica es el linchamiento digital, espejo de lo que habría hecho en el plano físico hace unas décadas apenas, en su modalidad de turba iracunda.

Discrepar sobre lo que define a los sexos, en contra del dogma transgénero; profesar creencias que contradigan los más profundos credos progres (como estar en contra del aborto); o defender el derecho a hacer humorismo a costa de cualquier tópico sin restricciones puede costarle a alguien el prestigio, su futuro y su forma de vida, sin importar que los méritos en su campo específico estén muy por encima de las opiniones que haya vertido.

El ciberlinchamiento, la cultura de la cancelación a la que hacíamos referencia en la pasada entrega, es el juguete de quienes buscan validarse en un mundo en constante revolución, pero no tienen en lo individual la influencia suficiente para hacerse sentir (como si alguien la tuviera).

Su revolución transformadora son las graciosas concesiones que algunas corporaciones les dispensan, en apariencia motivadas por las convicciones de esta generación, pero fundadas sólo en estudios de mercado.

Por eso el movimiento estudiantil recién surgido en mi alma máter, la Universidad Autónoma de Coahuila, merece que se le reconozcan algunos méritos, como el que esta vez no se conformó con el quilombo cibernético, con armar jaleo en redes sociales, con el activismo de escritorio.

Esta vez la población estudiantil de la UAdeC fue a increpar personalmente a la autoridad universitaria (cosa que no había hecho en 36 años) motivada por lo que considera un injusto incremento a las cuotas de inscripción y reingreso.

De entrada, mi respaldo y adhesión, incondicional y absoluta a su movimiento porque creo que es lo correcto (y pa’ que luego no me digan “viejo boomer”, aunque ya les dije que soy Gen. X).

Les felicito por tres cosas primordiales: la primera, el haber resuelto en muy corto y efectivo tiempo que, si querían esta vez obtener una respuesta a sus demandas, debían abandonar la comodidad del escritorio y la seguridad de la cuarentena. Felicidades por haber roto una vergonzosa inercia de apatía universitaria de tres décadas, cebada con pedotas, bailes y carnes asadas, auspiciadas por autoridades corruptas y complacientes.

Por soportar las amenazas y toda forma de presión con la que la UAdeC los haya tratado de disuadir, incluyendo la pobre campaña de desprestigio armada con los payasos de las televisoras locales que los cuestionan, juzgan y cobardemente exhiben, con una dureza que jamás demostraron en contra de los hampones que han desfilado como autoridades de la Casa de Estudios.

Y por defender la economía de su hogar, las finanzas de sus padres, en el umbral de una crisis sin precedentes en la historia moderna, frente a una institución insensible ante esta misma situación y que, sin embargo, es dispendiosa, desaseada y turbia para manejar recursos públicos; que ha dejado de responder sobre millones de pesos y hoy le quiere pellizcar un poquito a cada miembro de su población estudiantil. ¡Muchachos, ustedes muy bien! Sepan que esos que los acusan de ser un movimiento político o de que “más se gastan en un fin de semana”, podrían pagar la cuota de todos ustedes con lo que cobran de chayote periodístico por guardar silencio.

Me gustaría ahondar como siempre en el desaseo financiero de la Universidad o mencionar el único punto objetable que veo en este movimiento estudiantil, pero por hoy dejémoslo así y congratulémonos de que no todos nuestros jóvenes centennials son unos apáticos disidentes de sillón, manifestantes digitales, activistas de cibercafé. Hoy demostraron que saben alzar la voz de frente a una autoridad corrupta, en su misma sede, pancarta en mano y consigna en cuello, alzando la voz, a la vieja usanza.

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