Molotov y la cultura de cancelación; ¿el poder en las nuevas generaciones?
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Sólo diré que siempre tuvo mayor peso su comentario político que la carga homofóbica que se le imputa
¿Dónde tocarán el Tito y el Huidos? Molotov y la cultura de la cancelación
La cultura de la cancelación se cierne esta semana sobre la agrupación mexicana de rap-rock, Molotov.
La emblemática banda de fin de siglo aportó el soundtrack durante la transición de milenios para las juventudes aztecas, tan necesitadas entonces de algunos himnos de ruptura.
Decisivo para la irrupción en la fama de Molotov fue el archirreconocido, ultrapegadizo y controversial tema “Put…”, primer track de su álbum debut, “¿Dónde Jugarán las Niñas?”, producido por el doble ganador del Oscar, Gustavo Santaolalla.
Admito que con casi un cuarto de siglo menos de edad, en 1997, era bastante sencillo contagiarse de este canto a la irreverencia, sin importar mucho entonces si se incomodaban algunas susceptibilidades.
Pero hoy el mundo es distinto, por mucho que ello nos incomode a los saurios en ciernes, por mucho que nos haga sufrir y proferir denuestos en contra de la Generación Z, a la que errónea y frecuentemente llamamos millennial, así como ellos, frecuente y maliciosamente nos llaman “boomers” a los X.
No nos “háganos” bolas. El caso es que los veinteañeros de hoy encuentran ofensivos muchos de los contenidos, hábitos y modales que antes nos parecían tan naturales, aceptables y hasta correctos.
Por supuesto, desde el lanzamiento del sencillo en cuestión, supimos que la palabra que le sirve de título y de letanía “put...” estaba escogida deliberadamente para incomodar a las buenas consciencias, a nuestros padres (los verdaderos “boomers”) y a los medios tradicionales de comunicación que se debatían entre programar la canción y ganarse una ola de reclamos, o vetarla y quedarse excluidos de un movimiento musical que estuvo vigente por varios años y del que Molotov fue punta de lanza.
En mi defensa y de la del tema que hoy enfrenta su primer juicio con la Historia, sólo diré que siempre tuvo mayor peso su comentario político que la carga homofóbica que se le imputa.
El vocablo incómodo en efecto se utilizó y hasta la fecha para estigmatizar a los varones homosexuales y sin duda que la canción también debió usarse por algún descerebrado hideputa para hostigar a alguien de este segmento.
Y aquí vamos con el viejo y sobado debate: ¿Es que inscribir títulos en un catálogo maldito, vetar autores de las plataformas de difusión y condenar contenidos alumbrados a la luz (o a la oscuridad) de otra época, va a contribuir a construir una mejor sociedad, más justa y equitativa?
Respóndalo como quiera, como ya le dije, es un debate además de viejo, muy estéril y el resultado seguirá los parámetros normales vigentes: La pieza polémica (de hecho el álbum completo, porque desde la foto de la portada era provocador), será retirada de toda plataforma, medio o canal en auge, no porque se reconozca que la propuesta de Molotov está plagada de alusiones machistas, violentas o inapropiadas (¡qué casualidad que apenas, 23 años después, descubrieron las letras de sus canciones!), sino porque ahorita el mercado más importante es el de estos jovenzuelos que se regodean con este poder recién adquirido, el de moldear el mundo a su voluntad, raspándole todas las esquinas que les resultan incómodas.
Y acostúmbrese porque van a continuar ejerciendo dicho poder tanto como la vida se los permita, ello con tal de evitar confrontar el hecho de que el mundo es un lugar incómodo per sé.
Acepte también (cuanto antes mejor) que, para las compañías referidas, usted y sus recuerdos y todos sus héroes y símbolos de antaño, sus iconos y referentes, sus portavoces y emblemas, no valen un sándwich de poronga en comparación con la preferencia, anuencia y satisfacción de esa chamacada a la que le atribuimos una piel hojarasca y una sensibilidad de copo de nieve.
Ellos y sus opiniones importan, mientras que nosotros y nuestra lista de reclamos y achaques no tanto. Es perfectamente normal y ha ocurrido una y otra vez desde el siglo pasado. “¡Y te va a pasar a ti!”, sentencia el abuelo Simpson y usted a su vez puede lanzarle esta maldición a esos chamacos que, “sin saber nada de la vida”, se atreven a cuestionar sus valores supremos, esos que forjaron su carácter y hacen de usted la calamidad que es al día de hoy.
Esa es la cultura de la cancelación, o linchamiento digital, una moderna inquisición que se caracteriza por ser, primero que nada, arbitraria (ni hoy descubrimos las letras de Molotov, ni es la única producción de su camada con contenidos ofensivos, pero hoy la campaña es contra ellos); es hipócrita, porque mientras cancela productos obsoletos de públicos de la nostalgia, se hace de la vista gorda ante fenómenos mucho menos edificantes (al menos Molotov tenía algo que decir en lo social y en lo político, a diferencia de un Bad Bunny).
Finalmente, es un arma de doble filo, pero de muy dudosa justicia pues ni tiene sentido de la proporcionalidad (una falta usualmente sin relación con el trabajo creativo, amerita el destierro total, la destrucción de carreras y el cierre de todas las puertas profesionales), y es también de doble filo porque un día se revierte en contra de quien la utilizó para desacreditar a quien no comulgaba con sus opiniones en lo político, lo social, lo sexual, lo religioso y lo que guste que involucre un gordo etcétera.
Es por desgracia el juguete de la generación en apogeo, misma que está convencida de que con este instrumento tan dudoso va a lograr un cambio social.
Un ejemplo de lo anterior es lo que quería analizar, pero ahora deberá ser el próximo jueves, si es que de aquí a entonces no digo o publico alguna estupidez que amerite mi absoluta cancelación.