No atizar odios
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En su columna del 12 de febrero, “El caso de los 2 mil millones de Gertz”, Salvador García Soto explica los manejos inadecuados de dinero durante el sexenio de Peña Nieto entre Infonavit y empresarios dedicados al sector de la construcción. La crónica revela, una vez más, la corrupción en el gobierno peñista y algunos empresarios al servicio del poder, cuya amistad permitió a unos y otros amasar fortunas impensables y groseras: cinco mil millones de pesos fueron a parar a los bolsillos de los hermanos Rafael y Teófilo Zaga Tawil, “que en realidad eran prestanombres, el verdadero beneficiario del multimillonario contrato era el empresario más poderoso del sector inmobiliario mexicano, el también judío Moisés El-Mann, director del exitoso fondo de Fibra Uno”, explica García Soto.
Además de los hermanos Zaga y de El-Mann, el columnista cita siete nombres para explicar las interacciones. Copio la lista tal y como la expuso García Soto: Alejandro Gertz, López Obrador, Peña Nieto, Alejandro Murat, Jorge Carlos Ramírez, David Penchyna y Carlos Martínez Velázquez. En el artículo, la palabra judío es utilizada tres veces: los empresarios no eran meros empresarios, eran, además de sus vínculos con el gobierno, judíos.
De los siete nombres citados no sabemos las filiaciones religiosas, si acaso las tienen, de ninguno de ellos. En aras a la transparencia hubiese sido deseable conocer si los políticos mencionados son protestantes, católicos, cristianos, evangelistas, mahometanos o seguidores de otras religiones o creencias. Hubiese sido deseable pero no lo fue: los actos inadecuados de los judíos no fueron por ser empresarios de la construcción sino por su origen. Las abominables acciones y la corrupción de las personas al servicio de Peña Nieto, que seguro devinieron beneficios económicos, nada tienen que ver, siguiendo la lógica del texto, con su origen –excluyo a los servidores actuales–.
Para evitar sesgos morbosos, aclaro que soy judío laico, no practico ninguna religión, pero nací en cuna judía. Muchos de los colaboradores de El Universal son judíos. No los conozco ni formamos parte del mentado y nunca muerto complot judío. Ignoro si acaso se “sienten judíos” y desconozco si se incomodaron con el texto de García Soto y con algunos de los 168 comentarios vertidos por los lectores de El Universal, muchos de ellos, desnudamente antisemitas. Los lectores, por supuesto, tienen derecho de escribir sus ideas, sus filias y sus fobias. El problema radica en el uso repetido de la palabra judío, independientemente de si somos o no corruptos y ladrones, de si algunos destacan por su filantropía, otros por sus legados académicos, y de si la mayoría o la minoría tratan a sus empleados con cordialidad o con desprecio.
La condición judía es muy amplia y los orígenes de la comunidad en México son diversos. Para los judíos religiosos, sobre todo los ultra, quienes no profesamos la religión no somos judíos. Para otros, como yo, las contribuciones filosóficas, científicas, éticas, literarias y, entre otras, musicales, son fuente de orgullo. La cercanía o lejanía a México, cuyas manos abiertas absorbieron y abrieron las puertas a quienes supervivieron el Holocausto y a quienes tuvieron que huir de las naciones árabes por asedio y victimización, difiere también en la comunidad como sucede, asimismo, entre estadounidenses, españoles o argentinos cuyas vidas se cimentaron en México. La mayoría, pienso, portamos con honor nuestra mexicanidad.
No conozco y no defiendo a los hermanos Zaga ni al señor El-Mann. Tampoco conozco a Salvador García Soto. Me preocupa, en cambio, en un País donde el racismo impera, atizar fuegos, nunca desaparecidos acerca del “judío internacional” y el antisemitismo siempre vivo. El judío internacional. El problema más importante del mundo (Editorial Rm, 2014), de Henry Ford, editado por primera vez en 1920, sirvió y sirve para propagar el antisemitismo; el texto fue fundamental para la construcción del nacionalsocialismo.
Quienes tenemos la suerte de contar con Voz, con mayúscula como lo escribía Sartre, tenemos obligaciones éticas: no atizar odios es una de ellas.