Pérdida ambigua: una vida en espera
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Recuerdo el semblante de mi abuela en sus últimos días. La demencia vascular la consumió poco a poco. Su mirada: ausente. Sus recuerdos: lejos. Sin embargo entre nuestra familia estuvo más presente que nunca hasta su muerte, en marzo de 2017.
Meses atrás, durante la especialidad en atención psicosocial a familiares de personas desaparecidas, impartida por el Comité Internacional de la Cruz Roja, aprendí un concepto que acaparó toda mi atención: la pérdida ambigua.
Y es que desde hace tiempo he caminado junto a familias que buscan a sus seres queridos. De ahí que, dentro del contexto de la desaparición, uno de los actos que en ese momento me parecía imposible era tratar de asimilar la marea de emociones que esto supone.
Dentro de la psicología había leído sobre la pérdida y las fases del duelo que proponen autores como Kübler-Ross y otros. Sin embargo, ninguna de esas teorías encaja con la realidad que viven miles de familias que comparten la ausencia física de uno o más de sus integrantes, como sí lo hace la pérdida ambigua.
Pauline Boss, psicóloga e investigadora suiza que da origen a dicho concepto, explica que este tipo de pérdida se presenta en dos contextos: cuando un ser querido está presente de manera física, pero psicológicamente ausente; o viceversa, tal como sucede en las familias de personas desaparecidas y tal como sucedió con la enfermedad de mi abuela.
En el caso de la desaparición la ausencia física se vive a diario y, con ella, el dolor, la rabia y de manera particular la incertidumbre. La presencia psicológica constante de la persona desaparecida genera, por su parte, un vaivén continuo entre la esperanza y desesperanza de encontrarle. La vida cotidiana se vuelve, cuando menos, confusa.
Por ello, hablar de un cierre, luto o de la superación de la desaparición de una persona es incluso ofensivo para muchas familias. Esto al resultarles inconcebible seguir adelante sin ningún tipo de respuesta.
Lo mismo sucede con las familias y cuidadores de las personas con demencia, pues la ambigüedad de que el ser amado esté presente en cuerpo pero ausente en mente provoca una serie de síntomas que supera todos los procesos de una pérdida natural.
Desde mi experiencia, estos son ejemplos claros de pérdidas ambiguas, pero no los únicos. Este proceso puede darse también cuando un miembro de la familia es adicto a alguna sustancia, cuando alguien hace un viaje largo y no le es posible comunicarse con sus seres queridos, o cuando una persona es víctima de secuestro.
La pérdida ambigua busca, entonces, explicar y brindar alivio para todas aquellas ausencias que no podemos cerrar y/o superar. Ausencias con las cuales es necesario aprender a vivir, entendiendo la ambivalencia como parte del proceso.
Mientras estamos inmersos en ella, es válido experimentar emociones que se contraponen, como la tristeza y la alegría; el miedo y la valentía o la rabia y el temple. No obstante, lo importante es asumirlas y tratar de darle sentido y significado a esta parte de nuestra vida.
Ante este contexto, el reto para los profesionales de la salud mental, y en específico para quienes acompañamos a personas que han sido víctimas de un delito o de violaciones de derechos humanos, consiste en implementar estrategias que ayuden a la gente a vivir con la “puerta abierta”.
Sin la necesidad forzosa de cerrar ciclos, pero sí con la posibilidad de aceptar la paradoja de que alguien que amamos puede ser al mismo tiempo ausente y presente.
Elizabeth Alfaro Quintero
@ellaeselizabeth
elialfaroq@gmail.com
La autora es Directora de Atención Inmediata de la CEAV-Coahuila